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Entre un espacio y otro
Foto de yucatan.gob.mx.

Me queda la sensación de saber que soy más que este manojo de huesos, tendones y músculos, un pedazo de materia que encierra una fuerza creativa tan grande como mi capacidad de admiración.

Entre un espacio y otro - yucatan
Foto de JC / Archivo Claudia Gómez.

Soy más que mi historia y los constructos mentales que haga sobre ella. Me contiene algo más grande que yo que me permite contemplar la belleza en cada una de sus manifestaciones. Y así como está toda esa grandeza, también está su polaridad, están los ratos obscuros, esos donde me percibo en un pantano, en un paso por una especie de engrudo emocional que me imposibilita moverme. Lo vivo como un par de brazos pesados que llevo encima, que me retienen y me abrazan con fuerza llevándome hacia el piso. Entonces aparecen rostros, experiencias obsoletas, inconclusas y los mandatos heredados. Están también aquellos que permean en el consciente colectivo. Se engrandecen los Noes y se achican los Síes y si me descuido, de pronto me siento perdida.

Atravesar ese impasse donde habita lo obscuro para mi, se ha vuelto un proceso de creer o pensar que si me resisto no salgo de ahí. Por más que duela se atraviesa y si lo aprovecho, la experiencia se ancla en aquello que puede enseñarme y quizá más adelante lo puedo poner al servicio de los demás. Si me resisto, si lo evado, entonces tarde o temprano con su mano afilada me atrapa y lo mezcla con lo nuevo que aparece y entonces se va volviendo pesado, hasta creerme la ridícula idea, de que eso que estoy viviendo es infranqueable.

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Foto de JC / Archivo Claudia Gómez.

Justo estoy perdida en mis elucubraciones y la escenografía del espacio donde estoy hace referencia a todo esto. Un lugar donde parece que habla Dios en sus atardeceres, donde el mar revienta en suaves olas. Donde la sonrisa de la gente muestra su lado amable y parece que no hay más que hacer que disfrutar y agradecer lo afortunado que puede ser uno, cuando llega a un lugar así, donde se contempla con el corazón y se escucha con el alma.

Y ante tanta belleza de pronto afino la mirada y observo que es un mar revuelto lleno de algas, resaca del huracán que paso por aquí hace unas semanas. Kilómetros de playa que alguna vez fueron vírgenes y que tiene como remanente conchitas de miles de tamaños. Me sorprende lo bellas que son, hace mucho tiempo que no me tocaba caminar entre ellas. Me da la impresión que estos recuerdos van desapareciendo de a poco, como van desapareciendo ellas de las playas, por causa nuestra.

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Foto de JC / Archivo Claudia Gómez.

El paisaje es hermoso; este lugar fue un puerto maderero en el pasado donde los buques del extranjero y los nacionales arribaban en busca de madera de los bosques nororientales y de la explotación de palo de tinte y chicle. Llegó a tener gran auge en la época henequenera donde los espacios dedicados a la agricultura también eran fuente de grandes ingresos. Se pagaba con monedas de la tienda de raya y se obligaba a gastar el sueldo en ellas, dejando la riqueza en las mismas manos. Un emporio que hoy solo evoca el recuerdo de un pasado “glorioso” en términos económicos, pero que fue dejando el lastre de un destrozo de flora, fauna y de una explotación de su gente que clama al cielo. Hoy quedan las monedas que los coleccionistas pagan en onerosas cantidades y que marcan la impronta de un recuerdo doloroso en esta zona de México, que creyó que el turismo seria la solución para un desarrollo sostenible en gran parte de la segunda mitad del Siglo XX y pareciera que ahí vamos de nuevo construyendo infraestructura para perpetuar el daño.

La arena blanca va recibiendo los residuos de un mar que regresa a las playas el plástico que es nuestro, ese que hemos vertido en sus aguas, un recordatorio de que no hay un solo acto que hagamos que no tenga una repercusión.

Este lugar se ha convertido en un puerto pesquero al desaparecer el movimiento maderero. Hoy todavía cuenta con bellezas naturales llenas de manglares, un ojo de agua y un bosque petrificado. A estas zonas se les llama protegidas pues albergan una fascinante flora y fauna, rodeada de palmeras, cocales y majestuosas ceibas, un árbol típico de Yucatán con sus raíces tabulares y se llena de espinas en el tronco al menos mientras son jóvenes. Muchos de ellos tienen una antigüedad que puede remontarse a tiempos donde la cultura maya florecía.

Se supone que este espacio es patrimonio nacional, y digo se supone, porque esto dura hasta que alguien pone los ojos en modo de billetes y los explota con un fin de “crecimiento” para la zona.

Antes del COVID tenia una afluencia turística de personas que buscan experiencias cerca a la naturaleza, el “kitesurfing” con sus vientos “on shore” y “off shore” surcan los cielos, mientras los flamingos descansan en el estero llamado Rio Lagarto. No, esta vez no vi ninguno y quizá por eso no pude distraerme, mi mirada se centro en reconocer la polaridad, así como la que llevo por dentro.

Este es un lugar mágico que se presenta con toda su problemática: mujeres y hombres pasados de peso, caras abotagadas por el alcohol, charcos insalubres que se llenan de mosquitos y despensas que se reparten en nombre de un partido político.

Estoy en el municipio de Tizimin, aquí se encuentra El Cuyo, localizado a tres horas y media de Mérida, cerca de los límites con Quintana Roo. Me parece extraordinario que el último censo se hizo hace 10 años y decían entonces que había 1567 habitantes; es como si el tiempo se hubiera detenido mostrando las fracturas de aquello que esta entre el blanco y lo obscuro. Así que si uno pregunta cuantas personas viven aquí, la respuesta es entre unos mil quinientos o dos mil y pues como que no importa, “al fin que son solo cifras, que no más a nadie le importan.” Contesta un oriundo.

Sin embargo, también a la vez está la tarde mientras el sol se pierde en el oriente, pintando el cielo a brochazos en colores, mientras la brisa tibia acaricia la piel tostada.

Un hermoso arcoíris de esos que rara vez se ven completos despide el fin de semana, mientras dejamos atrás tan bello paraje. Me quedo con esta sensación de haber habitado por un par de días justo en lo mismo que llevo por dentro, un intercambio entre la magnificencia de la creación y la obscuridad de los problemas que existen. Un paso entre aquello que duele y aquello que engrandece. Una posibilidad de poder estar entre los dos mundos y aun así…. sentirme plena.

DZ

Por Claudia Gómez

Twitter: @claudia56044195