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El Mensaje
Templo de Santo Domingo antes del temblor. Foto de WikiCommons.

“Cuando suficientes Semillas estén  despiertas,  liberadas del miedo y de otros aspectos negativos  del tercero y cuarto nivel de conciencia;  las semillas del quinto nivel podrán brotar  dentro de la humanidad y formar un Todo”.

 

Hay algo en la estrofa que de pronto entra en mí, como si no hubiera necesidad de racionalizarlo; me suena familiar. Serán mis genes Incas, esos que me llevan a atravesar el hacia el sur del continente, usando mi mente inquieta para  escuchar el anuncio.

Cruzar el espacio donde estoy como si pudiera e imaginar las miradas de asombro, de confusión cuando llegaron  los españoles a estas tierras, es parte de mi legado.

Puedo contemplar las caras azoradas. Con miedo podían percibir su capacidad de dominio, escondidos tras sus armas y armaduras. Entonces doblegados cada pueblo fue sometiéndose como si fueran dioses.

Entonces marcaba en el reloj occidental 1524, principio de un cambio vertiginoso, en la vida de los asentamientos precolombinos.

Puedo imaginar en la piel el miedo que produce la sensación de exterminio, al darse cuenta que no había nada que hacer.

Soy testigo de ese grupo llamado Q´eros, una comunidad quechua, que habitaba  la provincia de Paucartambo, en el lo que es hoy  el departamento del Cuzco, en Perú: los veo subir a 4200 pies de altura con  sus familias y perderse en el horizonte del consciente colectivo, internándose en lo más profundo de la cordillera Andina durante más de quinientos años.

Para poder entrar en materia, quiero escuchar la profecía de sus labios, así que juego a internarme en la cordillera de los Andes. Necesito guía, no conozco cómo llegar.  La altura va robándome la respiración a medida que me acerco, la cabeza duele un poco y me acercan unas hojas de coca para que mastique.

Dominado por un paisaje montañoso cargado de misticismo, el aire frío va acariciando mi piel y me obliga a usar un pesado poncho de lana de alpaca, para mitigar las bajas temperaturas.

Traigo un gorro que tapa mis orejas y mientras voy subiendo, las apachetas van marcando el camino, estas ofrendas en forma de piedras que acumuladas, alaban a los espíritus de la naturaleza.

Voy a caballo, el paisaje traza un camino que se cubre de  una espesa neblina y veo tremendos precipicios que me obligan a bajarme, comienzo a sentir vértigo. Continúo a pie, después de un par de horas  aparece una población autárquica poblada por  Q´eros, que vive en pequeñas casas de piedra y techo de paja, albergando rostros curtidos por el clima. Son estas pequeñas aldeas donde viven apenas unos cuantos, pero que en ellas se devela un misterio de una profecía que es la que he venido a escuchar.

A lo lejos, entre dos montañas, se vislumbra un paisaje verdoso que es  el descenso hacia la selva. Pregunto si alguien me puede decir cual es el significado del nombre Q´ero y como si en verdad entendiera el quechua, me responden “sureño.”

Profanar los espacios indígenas, es sin duda algo que en la cultura donde vivo es usual. Denigrar las costumbres volviéndolas paseos vacacionales, parte de la sociedad consumista que  manipula y utiliza. Una civilización que muestra cada vez más sus profunda ignorancia y  limitaciones.

Por eso mi viaje es imaginario, buscando un acercamiento de tipo mágico con mi pluma, honrando primero su paso por el mundo y pidiendo permiso para poder entrar.

Antes de que yo viniera aquí, los Q´eros hicieron su primera aparición después de más de quinientos años, en la celebración de la fiesta anual del Regreso de las Pléyades, en Paucartambo al sur del Perú.  Se expresaba entonces con lentitud el año de 1949 y se vistieron con el emblema Inca del Sol. Bajaron a contar sobre un vaticinio, que forma parte de sus creencias.

El antropólogo Oscar Núñez del Prado documentó este inusual evento en 1955.

“Porque es momento, estamos aquí, es el tiempo  de “Pachacuti” que augura el gran cambio”. Dijeron y hubo quien escuchó.

La profecía cuenta que vendría el tiempo cuando las lagunas de las montañas se secaran, el cóndor casi se extinguiera y apareciera el templo de oro.

En 1949 un terremoto lo hizo brotar de la tierra, por debajo del templo de Santo Domingo cerca de Cuzco y con esto se terminó de completar los augurios. Ahora, todo el conocimiento de su pueblo, debería ser compartido con el mundo.

Profesan ser los últimos descendientes del mundo Inca; con la envergadura de sentirlo, dejaron este mensaje entonces:  “Se abre el espacio para el gran encuentro llamado “Mastay”, una reintegración de los pueblos de los cuatro puntos cardinales. El Águila del Norte y el Cóndor del Sur, volvieran a volar juntos”.

Para tratar de entender la profundidad del mensaje, me di a la tarea de buscar entre los pobladores alguien que quisiera contarme, un abuelo me hizo una seña y me dejó sentarme a su lado. Con la mirada entendió que yo buscaba abrir mi entendimiento para poder acercarme un poco más,  a su cosmovisión.

A las seis, justo cuando el sol se retira a sus aposentos a descansar, me invitaron a asistir a una reunión. Estaban tres  y me senté a escuchar junto a una fogata el mito de Inkarri, con absoluta fascinación.

“Siendo señor creador del mundo andino y de todo,  fue apresado y martirizado por los españoles, dispersando sus miembros por los cuatro lados que conformaron el territorio de Tahuantinsuyo. (Así se llamaba todo el territorio del mundo Inca.) Enterraron su cabeza en el Cusco y sigue viva y con ella la posibilidad de re construirse en un cuerpo nuevo, cuando cada signo se complete.”

Hay muchas variantes de este mito, yo conozco al menos otra donde el mundo cristiano pinta con su pincel el infierno y el fin del mundo. El sincretismo de los pueblos que fueron conquistados es inevitable.

“Munay”, continuó diciendo el abuelo  “Es la fuerza guiadora de esta gran unión de los pueblos, está compuesta por  amor y compasión y serán ellos quienes presidan y guíen el gran cambio. Los nuevos Guardianes de la Tierra, vendrán de occidente y, aquellos que han causado un mayor impacto en la Madre Tierra, ahora tienen la responsabilidad de rehacer la relación con Ella, después de rehacerse a sí mismos”.

Un hombre más joven continuó en voz pausada, lo acompañaban las cigarras y los grillos con su melodía a lo lejos, arrullando la noche. “Para  poder impulsarnos, hacia un mundo distinto, hace falta integrarnos,  re aprender a contemplar  los ríos, los árboles, las rocas, regresar a honrar a cada hermano, a cada ser que habita en la madre tierra y a ella misma.  Al padre sol, a sus hermanas las estrellas, honrar al gran espíritu y honrarnos a nosotros mismos, abrazando a toda la creación.  El mundo está evolucionando y si no lo hacemos con el, prescindirá de nosotros, porque somos como un virus, alimentándonos a mansalva, destruyendo todo a nuestro paso.”

Quedaba una mujer anciana, de pelo gris y ojos rasgados, sus arrugas sabias me llenaron de esta sensación de estar frente a alguien profundamente sereno. Tomo aire y dijo:

“Re hacernos, tejernos de nuevo, implica un reto  y una gran oportunidad de re aprender a unir el complejo universo del que estamos hechos. Si alguna vez estuvimos completos, hoy parece que estamos escindidos de nuestra verdadera naturaleza y esto nos pone en el mundo fraccionados, llenos de heridas que no nos dejan ver más allá, actuando como si fuéramos el centro de todo.”

No sabía si podía preguntar o no, pero me dio la impresión que ya había terminado la reunión, bebí un poco de pisco, salí pensando tantas cosas. La noche estrellada se imponía. “Que pequeños somos.” Pensé.  En una de las casas de piedra me dieron cobijo y bajando unas escaleras, entré en un recinto lleno de paja, donde con mantas de lana me esperaba el reparo del cansancio en mis huesos.

La anciana de la noche anterior entró temprano y, despertándome, me acercó una mazamorra con harina de quinua. Mientras desayunaba dijo con su bella voz:

“Los amaneceres siempre auguran un nuevo comienzo.

Porque nos hemos fragmentado y por ende separado de la tierra, de la fuerza creadora que vive dentro nuestro,  es momento de reflexionar, de buscar y entender qué fue lo que nos pasó, para poder partir de ahí y  re aprender, convencidos de que se puede. Cada amanecer nos demuestra que con él, existe la posibilidad  de recomenzar.”

Transgrediendo las leyes de lo racional, en mi imaginación yo puedo hablar quechua y sin reparo puedo conversar con ella.

“Para mí es un proceso de integración, entre lo que se piensa y lo que se hace. Abriendo el hermoso lenguaje del corazón y del cuerpo que hemos olvidado  escuchar. Es  como si en algún momento hubiéramos encarnado la sensación de que solo somos fragmentos de una unicidad.”

Mientras me vestía, negándome a bañar con agua helada, la abuela continuó diciéndome.

“2012 marcó el comienzo de esta oportunidad y vendrán cambios tumultuosos en la tierra, eventos que despertarán nuestra psique, nuestra manera de definir nuestras relaciones. Nos daremos cuenta de la importancia de nuestra integración con la espiritualidad. Comenzó un re encuentro con nosotros, con el otro, con los otros, con la creación y su arquitecto.  Una vez que el trabajo de reintegración comience, los pueblos estarán listos ahora sí, para  unirse, cada uno en su territorio proporcionando lo que se necesita. Norteamérica aportará la fortaleza física, o cuerpo; Europa proporcionará el aspecto mental, o cabeza; y el corazón, ese que une el amor de lo infinito con el todo, lo proporcionará Sudamérica. Entonces brotamos como una amalgama de carne y hueso con un fin solidario de dejar un mejor lugar del que encontramos al llegar. Inkarri renacerá así. Aparece en estos tiempo la necesidad de la muerte de una forma de pensar y de ser, el fin de una forma de relacionarse con la naturaleza y la tierra.”

Es momento de partir, recojo mis cosas, agradezco cada momento de mi estancia, necesito bajar y escribir lo que me parece que he aprendido. Quizá cometa errores porque no soy ni antropóloga, ni lingüista, ni historiadora, lejos de ser académica, solo soy curiosa, un ciudadano de a pie que se impulsa con la pasión de dejarle un mejor espacio a los que siguen después.

En los próximos años, aquellos que llevan la sangre del pueblo de los  Incas esperan que emerjamos en un milenio de dorada paz a la que llaman  “Taripay Pacha.”

El cambio ya ha empezado y tras la promesa de que surja un nuevo ser humano, se desgarra el lienzo del tiempo, muriendo para que el proceso de auto-renovación sufra antes una purga de lo que había y comencemos a hilvanar con nuevos hilos lo que sigue.

Me despido, abrazo a cada uno, a los niños que han acompañado mi estancia con su risa. Hay algo en mi genes que me hacen sentir parte de ellos, algo que me hace asentir al mensaje y todo lo que conlleva.

Comienza el descenso; por más acostumbrada que  esté a los paisajes montañosos, me quedo atónita ante esta naturaleza convulsa. Aquí se levanta una de las más asombrosas fuerzas de la corteza terrestre, es como caminar sobre la espina dorsal de la tierra. Se desprende una serie de poderosos contrafuertes de vivas aristas, que dan lugar a algunos valles que miro a lo lejos. Paso de una vertiente a la otra, se dibuja en contorsiones una escarpadura, una cornisa, a lo lejos una laguna de aguas negras formada por el deshielo. Aquí la vida se elabora en todas sus formas.

De una hora a otra el paisaje se transforma, la resplandeciente luz marca las rocas desnudas, los gres rojos, los barrancos; ningún obstáculo detiene mi mirada, allá los desfiladeros marcados por la sombra. Se vislumbran las hierbas altas, los  hilos de agua escurriendo sobre las paredes musgosas, reuniéndose después en un mismo lecho, precipitándose con estruendo bajo los matorrales entrelazados hacia algún lugar. Al final del camino las últimas ondulaciones de la cadena de montañas, se pierden en el horizonte en las brumas blancas y yo regreso, me duele la espalda, no me subo jamás a un a caballo, me quito la ropa, me siento a escribir.

Todos somos parte de esta  trama, que nos atañe.  La fuerza de este tiempo cobra en el tejido celular, la posibilidad de poder comenzar a embastar algo que no podrá detenerse, porque se ha puesto en marcha el engranaje de lo que habita en lo más profundo, porque cuando se toca ya no hay marcha atrás.

Me parece que no se trata de cambiar nuestras creencias, se trata de ver que es lo que suma de ellas a este mensaje que para mí es tan claro: o cambiamos o termináremos por disolvernos sobre el planeta.

Sé que los Q´eros no son los únicos que hablan sobre esto,  es un lenguaje que cubre la faz de la tierra a través de las culturas más antiguas.

Sus profecías son alentadoras, es el final de un tiempo tal cual lo hemos conocido hasta ahora, es el fin de un modo de pensar, de ser; un desgarro en el tejido del tiempo, morir a aquello que ya no sirve y abrirnos a la auto renovación. Entonces recobraremos nuestra naturaleza luminosa.

Por DZ

Claudia Gómez

Twitter: @claudia56044195