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El espejo de las Almas Simples

Me imagino la celda húmeda, llena de paja donde anidaban las ratas para no morir de frío. En ese tiempo los condenados a pisar las mazmorras de la santa inquisición dormían sobre ella, porque no tenían derecho ni a una cama de palos para descansar el sueño. En una esquina se colocaba un pequeño jarro para agua y justo al lado otro utensilio para vaciar la vejiga y los intestinos. Como una densa nube cubría cada celda el olor nauseabundo lleno de hedores insufribles; apiñados en el encierro.  Las heces amontonadas por al menos ocho días, provocaban arcadas, hasta que uno terminaba por olvidar su humanidad. Pero el olfato va acostumbrándose, como se acostumbra uno a tantas cosas.

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Foto de afcarmedia.

Veo la celda arqueada en el techo, el suelo por debajo de la paja es de tierra. Las paredes cubiertas de grandes piedras dibujando su grosor. No hay una sola ventana, la única decoración de la pequeñísima habitación son un par de grilletes colgados, qué tal vez te obligaron a usar. La humedad ya fuera en invierno o verano cobijaba cada rincón y cubriendo de rocío los barrotes al amanecer, era la única forma que podías distinguir si era de día o de noche. Tus compañeras de enfrente al menos se tenían la una a la otra, madre e hija acusadas de brujería. A veces se unían a tus rezos, acompañándolos con voces que brotaban con profundo dolor.

Recargada sobre la pared con la mirada perdida en el suelo; te veo tiritando de frío, el poco calor que hay en la mazmorra, lo emite una antorcha de brea al final del pasillo que emite una tenue luz. Tu hábito se ha vuelto un harapo; tirones de tela que apenas cubren tu cuerpo mancillado. Las heridas de los latigazos en tu espalda supuran injusticia.

En las celdas del fondo tras unas puertas están aquellas que la lepra les va carcomiendo la piel de a poquitos y se escuchan sus lamentos ahogados cuando abren para dejarles el único alimento del día; un plato de avena con gorgojos.  ¿Para qué las castigan además con el purgatorio o el infierno, si vivir así es estar muerto en vida?

Tu celda mide apenas unas cuatro varas por tres. Del techo cae una gota de agua que se escurre. Poniendo atención a su tenue golpeteo, te veo perderte en el tack, tack, tack que se escucha.

En tu mirada ausente, imaginabas el canto triunfal de tu alma en la cúspide de tu experiencia mística. Para ti la realidad donde habitabas, no tenía un camino lineal, esta idea de vivir los días sucediéndose uno a otro, no tenía mucho sentido.  En vez de eso, tú sentías que la vida bailaba a través de un movimiento lleno de posibilidades en forma de espirales, pasado, presente y futuro se fundían en una sola cosa. Era una alegoría hecha lingüística entre proximidad y distancia donde sentías que por detrás de todo esto, había una unidad con el todo que traspasaba la realidad, y desde ahí podías entrar en sintonía con tu alma.

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Foto de afcarmedia.

Estabas convencida que para alcanzar tan bello encuentro, no hacia falta rendirle cuentas a nadie, no se necesitaba ningún intermediario, que esa comunión se podía hacer sin escalas, por lo que dejabas en duda el lugar de la iglesia. Por estas posturas heréticas te encarcelaron, te callaron pero no pudieron quitarte la libertad de escoger como vivir lo que te estaba sucediendo.

Llegaste ahí condenada como “relapsa,” palabra que enmarcaba tu reincidencia en el “pecado”, y era ese el que arropaba tus creencias heréticas.

¿Tu alma habrá habitado en el amor, o el señor te habrá hecho quererlo en forma de algún deseo carnal? ¿Será que el amor atrapó tú voluntad y habitó tu alma?  A este deseo carnal de anhelar ser poseída por él, se le ha llamado arrebatos místicos. Una experiencia en el que se llega al grado máximo de unión del alma humana, con lo sagrado. Lo viviste una y otra vez como una sensación de comunión espiritual con la naturaleza encarnada en el amor de Dios y entonces lo demás ya no era importante.

Con una conciencia de arrobamiento escribiste palabras profundas y me robo unas cuantas para tratar de acompañarte desde ahí:

Y por eso de ella “amor” hizo su voluntad, entonces desde ese momento el amor obró en ella, sin ella, por eso no hubo pena que pudiera permanecer en su interior.”

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Foto de afcarmedia.

¿Por eso pudiste encontrar la manera de transitar por todo ese tiempo sin que te perdiera el miedo?  Solo convencida que de el paso por tanto dolor en la carne, te podía acercar más a Dios, que era una experiencia de transformación; podría yo entender que vivirías sin sufrir. Atravesabas el dolor, pero no te quedabas en ese estado de permanente de lamento.

Peleaste hasta el último momento las tesis que profesabas. Ninguna tortura te hizo doblegarte, ni las amenazas del fuego eterno, ni la excomunión. No pudieron hacerte arrepentirte de una sola de tus palabras y yo hoy las recojo con honor.

Mientras, apartada del mundo, tú obra “El espejo la de las Almas Simples”, recorría occidente en forma de desobediencia y de frases en la lengua vernácula, que era el francés antiguo. Fuiste en contra de tantas tesis eclesiales y molestaste a algunos clérigos de la época, que además imponían que todo lo relacionado con lo divino,  debía ser escrito en latín.

Y no hiciste caso, revestida con las letras de tu nombre eras excomulgada. Pero tus ideas gustaron, tus palabras hechas escrito, fueron traducidas al menos al latín, al italiano y al inglés. Circularon como pólvora, aún después de su prohibición y su quema en público.  Ese mismo año; el día de pentecostés, fuiste condenada a la hoguera junto con tú obra, llevándote contigo una riqueza espiritual maravillosa.

Con el título de “pseudo mujer” según las actas de la época,  Gui de Colmieu, la misma mano que llevó al fuego eterno a los cincuenta y cuatro templarios, miraba cómo ardías viva, en la plaza de Grève de París, aquel 1 junio de 1310.  Quedó en voces del vulgo como te negabas aún en ese momento a decir que aquello en lo que creías era falso. Viviste en esa época donde la santa inquisición ejecutaba sus sentencias como autos de fe y fuiste llevada como tantos otros a la práctica en olor de multitudes, para dar ejemplo como medida persuasoria. Te incineraste en las llamas, en espera de que tu alma hecha amor, se elevara encontrando los brazos de tu padre amado, ahí en el cielo.

Marguerite Poerete te llamabas y pertenecías a las beguinas, esa congregación extraña a la que el papa Honorio III autorizó verbalmente para su formación. Mujeres que se dedicaban a la oración, a la espiritualidad, caridad,  castidad y las buenas obras, que no tomaron votos religiosos y sus estilos de vida variaron mucho, desde itinerantes solitarias, hasta arroparse en comunidades cerradas.

Fuiste parte de esa era de vigoroso florecimiento espiritual, durante la Edad Media. Pero al final después de tu muerte, todas las beguinas, fueron condenadas a dejar sus prácticas, obligadas por el Concilio de Vienne en 1311. Qué peligro dejarlas enseñar, tu mirada sobre el mundo.

Pisaste la tierra que te acompaño mientras estuviste por aquí en forma de mística, defensora del amor de Dios y no corriste con la suerte de otras, como Hildegarda de Bingen o Hadewych de Amberes que no fueron perseguidas por defender él amor de Dios, ni por su defensa a su relación directa con él, sin necesidad de intermediarios, al igual que tú.

Habrás entrado confusa por la puerta de hierro forjado que abría la celda, acaso recordaste tus interminables interrogatorios y no entendiste por qué después de la aprobación de tus ideas por tres autoridades eclesiásticas; un Franciscano, un monje Cirstisense y el muy respetado maestro en teología Godofredo de  Fontaines, eras castigada por segunda vez. Se te habia advertido que dejaras de escribir y de enseñar. Entonces ¿si ya te habían dicho que lo que expresabas hacia sentido, porque de repente te encerraban?

Será que en tu tesis de las siete etapas del proceso que enseñabas, rompía con las ideas arraigadas como hierba mala, pero tú les dabas una nueva forma, explicando la existencia misma, dándole voz al alma, entendiendo que esta necesitaba traspasar ciertas cosas para liberarse y acceder al país de la vida.  Entonces se gestó un peligro para una época que llevo por nombre; la de medieval. ¿O será a caso también el que no estuvieras de acuerdo con del el rey de Francia y cuestionaste también  al papa, por haber arrasado con la orden de los templarios? Peligrosa, sin duda lo eras; por alzar la voz, por poner en duda la voz del vicario de Cristo.

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Foto de Elespiritudelafolosifiamediaval.wordpress.

En todo este largo canje de opiniones y reflexiones parecía que  en su carácter figurativo usaste símbolos y imágenes. Con ellos intentabas usar un lenguaje que se mostraba inadecuado para esa época, pero que tenía una extraordinaria riqueza en el proceso de la expresión de los sentidos. En el tintero se entendía, lo sobrenatural, lo desconocido y las más elevadas realidades espirituales, difíciles de expresar de otra manera.

Al “Amor” le pusiste voz, este se mofaba de la frágil seguridad de la “razón” quien rebatía con miles de argumentos.  Parecía  entonces que cuando “amor” aconsejaba a “alma”  se expresaba, en un diálogo de figuras alegóricas que resultaba contrarios a todo lo que enseñaba la Iglesia respecto a la salvación.

“Alma: ¡Ay, Amor! —dice esta Alma— el sentido de lo que habéis dicho me ha anulado y la sola nada de esto me ha hundido en un abismo inferior sin mesura a menos que nada. Y el conocimiento de mi nada —dice esta Alma— me ha dado el todo, y la nada de este todo —dice esta Alma— me ha quitado la oración y la plegaria, y ya no rezo nada.” El espejo de las almas simples, Madrid: Siruela 2005. p. 101.

Mientras esperabas tu sentencia, seguramente tu alma fue perdiendo su nombre transformándose completamente en Dios. Fuiste anulando la voluntad, eliminando los pensamientos.

Para ti, mientras antes existías como un sujeto, un amante (el Alma), un objeto amado (Dios) y en una comunicación entre los dos hecha posible gracias al amor; ahora Dios se fundía en ti en una cosa sola: amante, amado, amor.

Dejo tu celda y tu tiempo desde el espacio que ocupo, te evoco mientras te pienso. Admiro la valentía de quien pese a su circunstancia tiene la capacidad de trascender, figurarte apenas como un rostro en el tiempo donde leo tus escritos, me es insuficiente.

En 1946, Romana Guarnieri, descubrió el nexo entre tu nombre y el libro, pues rodó por los siglos copiado anónimamente o puesto bajo autoría masculina desde que dejaste el mundo. En verdad me llenas de admiración,  me pregunto acaso si el alma muere tres veces como pensabas, la muerte de errar por no llamarlo pecado, la muerte de la naturaleza y la muerte del alma misma revistiéndose solo en amor.

Por DZ

Claudia Gómez

Twitter: @claudia56044195