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El Duelo

Decía Kahlil Gibran, que “el dolor es la ruptura de la cáscara que encierra el entendimiento”. Acaso el atravesar una pérdida confina esa posibilidad.

Quería contarte lo que ha sido para mí esta semana: una llamada, la voz del otro lado entrecortada, un accidente, la cosa es grave. ¿Sabes? Cuando una noticia inesperada me golpea, se presenta como un rayo, me duele el centro del pecho, es un golpe seco ahí donde habita el corazón.

De pronto parece que se parte, late con fuerza buscando no pararse. Se me nubla la mirada, veo negro y necesito detenerme para no caer.

El dolor me arrebata el aliento y entumece mis sentidos. Pasan las horas donde la confusión se adentra, comienzo a debatirme entre sí lo qué está pasando es real o no. Busco la esperanza, aparece el “Virgencita plis, seguro estará bien” Dos días después te has ido y el tiempo se detiene.

El dolor sin lágrimas sangra internamente, así mis ojos buscan darle salida, se humedecen y aparece un río de agua, que parece no parar. El sollozó se apodera de mi vientre generando movimientos que me impulsan hacia adelante, necesito ir hacia el piso, primero arrodillarme y luego a sentarme, meter la cabeza entre las piernas mientras mis brazos en forma de manta me vuelven un ovillo.

Entre mocos comienzan los recuerdos a abarrotarse, algunos ni siquiera estaban presentes. Mi memoria escudriña en los baúles y los trae buscando el alma para tocarla, como si con ellos apareciera un bálsamo, un elixir para remendar la herida.

El Duelo - dz-el-duelo-2

Entonces comienzan los recursos de aquello aprendido y permito que mi cuerpo responda al embate. Entiendo que es tiempo de parar y de sentir, permitiendo transitar por aquello que está pasando, poco a poco. Desaparece el sueño, el hambre y no hay más.

Hay una nostalgia que se baña de un espacio pequeño de luz, ahí habitan los momentos que ya no podré vivir junto a ti. Se vuelve contundente y marca de pronto la idea del paso efímero del tiempo que pasamos por aquí.

Y mírame, tomo el bolígrafo, tengo la manía de pensar que para ser, tengo que narrarme, lo hundo en la hoja blanca y comienzo a desmadejar lo que siento en forma de letras apiñadas.

Rebeldes y huidizas las palabras se escurren cuando busco como darle salida a lo que duele por dentro.

Mi paquetería de vocablos tienen vida propia, son mañosas, no les gusta ser domesticadas, se resisten a cumplir las órdenes que implican “resignación, mansedumbre y sumisión”.

De pronto se suma el temblor de mis manos que tropieza con los dedos cuando intentan salir. Abarrotadas se resisten y se arrastran obligadas para volcar el profundo dolor que busca salida, porque no me acostumbro a su peso, el duelo suprimido sofoca y tarda en encontrar el camino para saber cómo hacerlo.

Una vida compartida, más de veinticinco años llenos de historias de creación, de darle cabida a la creatividad encontrando en ella una fuente intensa. De pronto entre sueños aparece Pispi con su diente roto diciéndome que aquí estás, que te quedas en tus personajes y los cientos de colores que hay por detrás.

Cuando alguien parte así, sin aviso, se queda el abrazo de su existencia guardado en el corazón.

No deseo que descanses en paz, deseo que ahí donde estés sigas creando, que uses tus brochas para darle vida, que sea justo ese mundo interno lleno de líneas y de formas el que siga tu camino. Que molestes a todos y los saques de su letargo, que te encuentres con los que se fueron antes de ti, que abraces a Yiya y a tú papá.

Me sirve saber que tu estás bien y, ya veré cómo acomodo este golpe que me hace escuchar a veces mi nombre, así como te gustaba llamarme; Clodo, Clodomiro PI 3.14.

Decía un sabio que conocí cuando le pregunté, cómo sería su cielo al morir, y me contestó que exactamente cómo era aquí en la tierra. Tardé en integrar sus palabras, pero hoy me hacen sentido. Si existe algún lugar a donde vamos después de aquí será así. Simplemente nos volvemos invisibles al ojo desnudo y ahora somos luz. Entonces los que nos quedamos, ese día nos graduamos de adultos, aprendemos que no somos capaces de cambiar lo sucedido y, nos encontramos con el desafío de suturarnos a nosotros mismos.

Me he hecho a la idea de dejar de llorar, porque mi historia en este plano junto a ti ha terminado, y encontraré cómo trazar de nuevo las líneas de mi boca para sonreír, porque sé que ocurrió, que tuve el privilegio de conocerte y de quererte. Porque fui afortunada de haber transitado más de veinte años a pedazos intensos, a ratitos como el oleaje del mar junto a ti. Me queda claro que en los atisbos del amor existe la posibilidad de que este también es encontrar con quien compartir nuestras rarezas y yo las compartí contigo.

Me quedo con eso, con los recuerdos, con el impulso de seguir por aquí sintiéndome afortunada y con saber que te quise tanto, tantísimo. Me abrazan mis amores profundos, para no dejarme hundir, me acompañan en este espacio de tiempo que duele tanto. En verdad, a veces no recuerdo lo fuerte que soy, hasta que ser fuerte es la única opción que tengo.

Por DZ

Claudia Gómez

Twitter: @claudia56044195