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Una mañana en Chichicaspatl
Una mañana en Chichicaspatl. Foto: DZ.

Cuando hablamos de  solidaridad, de inmediato brota del corazón un palpitar que estimula nuestros pies hacia ese lugar donde se necesita apoyo, y nos queremos adherir para ayudar en cualquier cosa, en situaciones catastróficas.

Hay un factor que nos hace sentir el impulso y es que primero nos duele. Sin duda, el ver  imágenes desgarradoras donde los huracanes, los ciclones o la devastación de una explosión de un volcán, genera en nosotros un estremecimiento en el pecho, y es eso lo que nos permite responder. 

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Una mañana en Chichicaspatl. Foto: DZ.

Pero pasa que cuando se trata del daño que hemos hecho nuestro planeta, no respondemos como tendríamos que hacerlo. Quizá es que el deterioro del planeta es pausado, lento y no hemos desarrollado el estado de alerta a largo plazo, nuestro cerebro solo puede responder a lo inmediato.

El sábado 4 de febrero de este año como Colectivo 7, fuimos convocados por SEDEMA (Secretaría de Medio Ambiente), para un trabajo en conjunto en el sur de esta ciudad de México, que ha sido mi hogar por más de 50 años. Están realizando una obra de mitigación ambiental, un proyecto de biodigestores para las aguas grises de las casas pegadas a la barranca, donde no hay servicios de drenaje. Nosotros dimos talleres para el trabajo de concientización, que tocaron los puntos medulares de nuestro modelo de trabajo; Salud Mental y Medio Ambiente (SMMA). 

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Una mañana en Chichicaspatl. Foto: DZ.

Esta es en una zona de la ciudad que yo no conocía, y que ha dejado en mí una necesidad de encontrar los cómos para poder sembrar una semilla que permita que esta comunidad abrace su entorno, mientras lidian con los problemas básicos de cómo sobrevivir.  Es una zona de bajos recursos, incluso los mínimos, pues muchas de las casas no cuentan con agua potable, la jalan en mangueras que por cientos se levantan del suelo y que surten desde río arriba. Las descargas de las casas dan a la barranca, y el espacio que se supone es área protegida, respira de a poquitos, entre un olor nauseabundo y los residuos que la gente tira ahí. ¿Es por maldad? Me parece que esa postura es reduccionista, es más bien,  porque no se han dado cuenta del daño que esto genera. Es un problema multifactorial que atañe a lo social, a la educación y a la pobreza.

Es una comunidad dentro del pueblo de Tlalpan, que se ubica en el enclave de Chichicaspatl, que abarca un área cercana a las 21 hectáreas donde habitan unas 5,000 personas. Esto es en los límites de la ciudad, ahí donde todavía se ven algunos espacios de montaña, que la mancha urbana no ha invadido. Tiene una altitud de 2,662 metros sobre el nivel del mar y nos recibió el rocío de una mañana muy fría, quizá  a unos 4 grados.

La cañada, es un bracito  por donde antes pasaba el Río Eslava, con sus aguas transparentes, llenando el espacio de esa riqueza que proveen los bosques, pero que el crecimiento de la ciudad ha menguado. En la barranca hay casas que no deben tener más de un año, los techos de lámina son nuevos, colgadas de la red eléctrica y bajando unas mangueras para el agua. 

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Una mañana en Chichicaspatl. Foto: DZ.

Para mí es inevitable, preguntar. Me acerqué  y en una de las casitas una  familia con varios niños griposos, me contó que  llegó a la ciudad de Zacatecas en búsqueda de oportunidades, una sequía terminó con su ganado y tuvieron que migrar. Otra no me dejó preguntar, porque de inmediato me recibió con un “aquí solo Morena”. Mientras me retiraba, yo solo pensaba en el frío de los niños, unos cuatro o cinco, que vi asomados por una rendija.

Sin duda han habido esfuerzos para conservar el entorno natural de esta y de muchas otras zonas pero no es suficiente. Desgraciadamente aunado a la falta de concientización, se suma la lucha intensa entre intereses de diferente índole, en los cuales unos defienden la conservación de los bienes naturales, y otros buscan la creación de riqueza a través de la explotación de éstos, además está la invasión de terrenos por personas que no tienen nada y que son vendidos por personas que tienen algún compadre en un puesto público que les ayuda con los papeles.

Esta realidad adquiere un carácter muy significativo en México, porque históricamente los intereses en pro de la conservación se han visto desfavorecidos respecto de los que se decantan por crecimiento económico,  y lo más difícil de conciliar es que ambas posturas reflejan lecturas y realidades legítimas, con relación a lo que significa la sustentabilidad.

La ciudad de México, es un territorio que ejemplifica dicha situación: se encuentra enclavado en una cuenca que a través de los años ha sufrido severos cambios como consecuencia de la urbanización; cambios tan drásticos que actualmente la única porción con bosques, es la que se ubica al suroeste de la entidad, aquí donde nuestros pies como Colectivo, se posaron y fueron testigos de esta polaridad entre el cielo y el infierno. La belleza de lo que queda y el olor que genera arcadas y se queda pegado en el paladar y en la piel por mucho rato.

La cuenca del río Eslava es una parte importante del remanente de vegetación en la ciudad: abarca aproximadamente 2400 hectáreas del suelo de conservación. Esta cuenca se inserta en las delegaciones Magdalena Contreras y Tlalpan. Colindando al noroeste con la cuenca del río Magdalena y al sur con el Estado de México.

Pese al rechazo de mi primer acercamiento, fuimos recibidos por el resto de la comunidad con curiosidad, nos quedamos con la sensación de que de nuestra intervención se llevaron algo, se escucharon un “eso no lo sabía”, un “¿qué podemos hacer?”, mezclado con el pesar que generan los rostros de algunos niños que con sus zapatos rotos, nos mostraron la cruda realidad de la pobreza. 

¿Son de Morena? preguntó un muchacho joven; “No, no pertenecemos a ningún partido político”. ¿Son Cristianos?” “No, C7 no tiene ninguna afiliación religiosa”. “Hoy trabajamos en conjunto con las autoridades, nos parece que es ese trinomio que permitirá hacer los cambios que hace falta, una sociedad civil involucrada, un sector privado con una conciencia social y una autoridad que impulse lo necesario. Sin quejas, sin encontrar culpables. Resolviendo, proponiendo, aunque suene utópico”.

Los perros acompañan las calles como símbolo de  que no estamos poniendo atención, muchos piensan que los animales callejeros sobrevivirán de una u otra manera, pero esto no es verdad. En esta zona hay una superpoblación de perros. Sufren hambre, sed, enfermedades y maltratos. Ningún animal callejero (perro o gato) dura más de dos años en la calle; termina siendo atropellado, envenenado o muriéndose de hambre y de sarna. Este tipo de problemas nos atañen a todos.

Como lo planteé al principio, la problemática en esta zona es múltiple, y encontrar por dónde empezar se vuelve complejo. 

¿Quizá una campaña de esterilización? No estaría mal, más talleres para que la comunidad cuide los espacios naturales, que se apropien de ellos; se puede poder un espacio para los residuos orgánicos y que luego la composta alimente el bosque, se puede hacer en las casas una recolección de agua pluvial, baños secos; un lugar para sembrar plantas medicinales para la comunidad. Hay tanto que sí se puede hacer.

La estancia durante un día en la zona me llena de posibilidades, se requiere un involucramiento de la sociedad civil urgente y un trabajo en conjunto con las autoridades. He visto como en un desierto han podido sembrar naranjas, me ha tocado participar en proyectos sustentables que permiten hacer cambios que permanecen. 

Gracias  SEDEMA por permitirnos hacer ese trabajo comunitario en unión con Uds,  esto es indispensable mientras seguimos de a poquitos buscando los cómos, para que éste y el Rio Magdalena se vuelvan un símbolo ciudadano de cómo juntos, podemos restaurar el daño que hemos hecho.

Por DZ

Claudia Gómez

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