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Cazando…
Foto: Especial / DZ.

He de confesar que cuando descubrí la verdad sobre una historia que me acompañó muchos años de mi vida, no me decepcioné. Quizá me reí porque no existe cosa más bella que impulsar la imaginación de un niño, compartir con él la magia de entrar en el mundo de las hadas y los duendes.

Después de conocer su verdadero significado, decidí quedarme con mi versión, y la llevo tatuada en el corazón.

La historia va así; está al parecer se hilvanó en Colombia y en forma oral, ha formado parte de su acervo cultural.

“Este era un bobo que estaba tratando con premura de atrapar algo. Saltaba, corría, se lanzaba, buscaba, se hacía un ovillo, imaginando que estaba agarrandolos.

Un curioso le preguntó qué era lo que estaba haciendo:

– Estoy cazando pispirispis-

“¿Puede indicarme como es uno para ayudarle? “

– ¿Y cómo voy a saberlo si aún no consigo atrapar el primero?”

Contaba con menos de seis años cuando Martha, una hermana de mi papá que adoré, me hizo soñar mientras me narraba mitos, leyendas y cuentos. La historia la transformó seguramente con la intención de sembrar algo en mi.

Muchas veces los primogénitos pensamos que merecemos algo especial por ser los primeros. El agradecimiento a veces se nos resbala entre los dedos. Nos volvemos exigentes, intransigentes y muchos podemos volvernos insoportables. Quizá encontrar como me diera cuenta sin regañarme, fue lo que la impulsó a hilvanar una historia y cambiarle su significado.

Lo primero que cambió fue la palabra bobo por loco.

Bobo es alguien simple, que no piensa mucho, un balbuceante que tiene dificultad para el habla.

En cambio los locos en sus muchas variantes son fascinantes. Los de los pueblos me han atraído desde niña. Hay una inquietud de saber porqué se volvieron así. Al parecer en cada pequeño asentamiento hay alguno. Seres que por alguna razón se les ha fracturado algo por dentro y así se muestran deambulando por las calles, durmiendo bajo pedazos de cartón, comiendo de los basureros y con andrajos que apenas tapan sus partes íntimas. Sin duda muchos tienen huellas de alcoholismo, drogadicción, historias de abandono y de abuso. Pero todos tienen algo en común; son marginados, se les excluye, se les relega y viven como apestados.

¿Los hay en las ciudades? Por montones, viviendo bajo los puentes, en las glorietas donde hay vegetación, en casas abandonadas, alcantarillas, parques, buscando sustancias con que mitigar el frío, la miseria y el hambre.

Sin duda entre un bobo y un loco de esos, hay un abismo. Porque claro que hay de otros, de esos que rompen estructuras, sueñan y se embarcan en empresas ilógicas.

Pienso que al cambiar a uno por otro, ella quiso decirme algo, pero eso nunca lo sabré. Acaso los que estamos un poco locos nos atrevemos a cuestionar, a engendrar nuevas ideas, a cambiar paradigmas y ella y yo sin duda pertenecemos a esos.

Entonces, con un palito hacía dibujos en la tierra, mientras me narraba este cuento. Me preguntó si los conocía, si los había visto alguna vez. Yo sabía que no, pero mentí y con una imaginación enardecida, mire sus lindos ojos y le dije: ”yo si los he visto, tienen brazos de alitas, picos de pajaritos, dos patitas y una colita de lagartija. Son chiquiticos, susurran como el viento y siempre dicen cosas bonitas, pero solo los niños pueden verlos”.

Con su linda sonrisa y siguiéndome el juego me dijo: ”también pueden verlos los que tienen un corazón agradecido, aquellos que saben que este acto tan grandioso, puede abrir la negrura que a veces se apodera del corazón.

El agradecimiento nos abre el mapa del mundo que tenemos y desde ahí podemos reconocer cada regalo que se nos ha dado. Impulsa el que podamos estar atentos para sorprendernos, para entrar en sintonía con la existencia. Es ver el mundo con ojos niños, de esos que se saben amados porque pueden ver cada donación sin mayor esfuerzo.”

Entonces no entendía, era demasiado abstracto para mi, palabras que ingeria con poco entendimiento. Pero sus frases se implantaron en mi alma y simplemente crecí sintiéndome afortunada, imaginar que podía verlos me ayudaba a atravesar momentos donde el mundo no hacía sentido y se tornaba gris.

Aprendí a invocarlos, a jugar con ellos, aprendí a hablarles, a contarles mis cosas y contemplar sus lindas alas cuando visitaban el mundo.

Eran tan minúsculos que más bien parecian motitas de polvo brillando al contacto con el sol. Me parecía que su lenguaje me hacía cosquillitas en los oídos y un olor a pera endulzada los rodeaba.

Martha y yo compartimos por años el mundo de imaginar los Pispirispis, les dimos forma, los alimentamos hasta que para nosotras se volvió algo que nos unía. Imaginamos que eran una raza de seres que venían al mundo cuando las cosas se ponían difíciles, se hacían presentes para recordarnos que somos más que estos seres destructivos que olvidamos permanentemente la belleza que radica en la vida.

Los figurábamos llenos de luz, haciendo alarde de su nombre y de su profundo significado. Pispirispi según me dijo, significaba “agradecimiento”en su lengua y este para los seres humanos es la memoria del corazón.

Hoy he aprendido que el agradecimiento es una de las formas universales para unir vínculos, una manera de honrar y alabar la existencia. Un tributo a un otro, a otros, a uno mismo y a esa fuerza creadora en la que algunos creen.

Hablábamos de que nos hemos tejido al mundo de las cosas, utensilios de materia que dejan huella como simples objetos, pero para nosotras los Pispirispis nos dejaban vestigios de pensamientos amorosos, de consciencia, de la más bella fantasía que brota de la necesidad de recordar quienes somos y para qué estamos.

Cuando cada parte nuestra, está unida en este acto maravilloso de agradecer, entonces el Corazón sonríe.

Si en su momento no entendí lo que me dijo, hoy me hace sentir que en verdad existen de esa manera.

Resulta que en el folklor a lo que se refiere un pispirispi es a una Ilusión, a un problema, a una quimera o cualquier cosa, que es buscada por una persona, que dedica la mayor parte de su tiempo a esa búsqueda.

Quizá para algunos que no se ciñen a estas explicaciones podrían encontrar que estos podrían ser parecidos a los Orbes, elementos reflectantes sobre las superficies, que muestran partículas en suspensión desenfocadas. Lo llaman efecto de backscatter o retrodispersión. Incluso puede ser algo tan sencillo como la suciedad del lente cuando se toma una fotografía.

A veces, los veo revolotear, recuerdo mi niñez entre ellos, imagino que solo pertenecen al mundo de mis fantasías.

Así que inclinó la cabeza y me doy a la tarea de agradecer por todo lo que sí tengo, pues ya no soy niña y a veces en la seriedad en la que me embauco, tiendo a olvidar que alguna vez lo fui.

Así que gracias al hombre del pueblo que quería atraparlos, para que yo recordara cada vez que olvido agradecer.

Gracias a mi querida bruja que sigue surciendo para mi desde el lugar de las hadas, donde imagino que esta.

Por DZ

Claudia Gómez

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