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Der chilenische Nachtigall / El “ruiseñor chileno”
Foto de biobiochile.cl

Hoy no se qué pasa, usualmente entro en la dinámica de encontrar un personaje y con una rapidez inusitada, entro en el espacio emulando un escenario, vistiéndome a modo, encontrando con rapidez información para darle forma y de pronto mi experiencia en ese lugar se vuelve algo que pudiera ser tan real, que asusta.

Pero esta vez, encontré el personaje, me cautivó y por más que cierro los ojos no puedo viajar en el tiempo, no hay algo que me arrastre hacia un lugar en especifico, así que usaré el recurso de simplemente escribir lo que he encontrado sobre ella, a ver qué pasa. En una de esas logró entrar mientras escribo.

Medir uno ochenta, ser de cabello castaño, de ojos claros y con una belleza espectacular, es una paquetería extraordinaria y más si se ha nacido en América Latina, donde el promedio de estatura para las mujeres es entre 1.50 y 1.60. Estos atributos tan anhelados, son producto de la colonia, donde la aspiración era mirar hacia Europa, buscando marcos de referencia tan idealizados.

En México lo llamamos malinchismo y lleva todas las siglas peyorativas de mirar con desprecio a nuestra raza permeándose como un complejo social de rechazo, donde lo propio es poca cosa, de mal gusto y este pensamiento ha generado un odio recalcitrante, que procura insultos humillantes.

Pero volviendo a mi diva, hay que situarla en los años 30, en un pedazo del sur del continente. Originaria de Chile fue testigo con gran frustración de cómo su país durante un par de años tuvo una bonanza ficticia, producto de un endeudamiento brutal y de pronto cayó en una vorágine de incapacidad de pago y el país entero se sumergió en una crisis económica sanguinaria, como sucedió con el resto del mundo. Al principio se pensó que era algo temporal, pero al paso de los meses se fue recrudeciendo y esta época quedó marcada en los libros de historia como “la gran depresión.”

De nombre María Esther Aldunate del Campo, conocida como Rosita Serrano, vio la luz por primera vez en Quilpué en la región de Valparaíso. Con veinte años encima, una fiel y curvilínea amiga, su guitarra y una aterciopelada voz, empacó sus maletas con el sueño de cantar y partió a Alemania.

Tuvo la suerte de que su madre se había casado en segundas nupcias con un empresario alemán de apellido Salvaj ligado al Tercer Reich, así que al menos a su llegada no le fue tan difícil, como suele pasarles a aquellos que impulsan sus sueños a base de pan y agua.

Enloqueció a millones de europeos, pero sobre todo al pueblo alemán, que la adoró. Adolfo Hitler, Hermann Göring y Joseph Goebbels entre tantos otros vivían embelesados con los dones de la chilena, a la que apodaron El “ruiseñor chileno” (Der chilenische Nachtigall). Sus particulares silbidos al cantar, su espectacular creatividad la llevaron a bailar con la voz y poco a poco se fue colocando en las marquesinas de los grandes teatros, ahí donde lo hacían las germanas Zarah Leander y Marlene Dietrich.

“Die Musik im Blut!” (la música en la sangre), decía ella constantemente a los medios de comunicación. Era algo que corría por sus venas, un legado que provenía de estirpe, pertenecía a una familia con dones musicales excepcionales. Sofía del Campo que era su madre, entre los años 1916 y 1930 hizo carrera como cantante de ópera en Estados Unidos y en algunos países de Europa. Su abuela fue una virtuosa pianista, y su bisabuelo, un fabricante de instrumentos. Hoy, una de sus sobrinas, Isabel Aldunate, también es cantante.

Telefunken que era una compañía disquera de renombre, le dio un contrato sustancioso y Rosita se dedicó a grabar haciéndose una buena fortuna para para sí. De pronto las giras y conciertos se volvieron un paso al glamour tan codiciado por tantos. Fue tanto que incluso le fabricaron un Mercedes Benz a su medida, con el tapiz verde, como el color de sus ojos.

El teatro Wintergarten de Berlín la vio consolidarse y en ese mismo escenario cantó hasta 1942, justo cuando Europa se encontraba en plena II Guerra Mundial.

“El arte jamás puede estar mezclado con la política”, repetía constantemente. Sin embargo, en 1943, antes de que comenzaran los bombardeos sobre Berlín, el arte y la política se mezclaron.
Después de haber cantado para los nazis, de haber sido adorada como a una diva, se le acusó de ser una espía a favor de los aliados.

El 5 de noviembre de 1943 se despachó una orden de arresto desde Berlín, había quedado al descubierto que mientras los aplausos le procuraban un camuflaje extraordinario, realizaba vuelos nocturnos clandestinos para cantar a los judíos que se encontraban protegidos en Suecia.
La chilena cantó sin distinción, en hospitales para heridos de guerra, y tanto para partidarios como para contrarios al régimen. Escondió en su casa a muchos judíos.

Pero para cuando fueron por ella sus aposentos estaban vacíos “el ruiseñor chileno” ya se encontraba en Suecia. Cálidamente recibida por su íntimo amigo el Rey Gustavo de Suecia. Aunque pobre pues al huir tuvo que dejar todo lo que había amasado en fortuna.

Y tuvo que empezar de cero, pero ya tenía una carrera y admiradores por toda Europa; hablaba tres idiomas, así que recomenzar no le fue tan difícil.
En una de sus giras se enamoró. El millonario egipcio Jean Aghion, un abogado dueño de una fábrica de cristales e hijo del “Rey del Algodón”, la llevó al altar. Se quedó a vivir en Alejandría gozando de lujos, pero en 1952 ocurre el golpe de estado en Egipto y la empresa del esposo de Rosita fue confiscada como le pasó a cientos de empresarios.

En París vivieron modestamente y en 1963 quedó viuda y pobre. Pero “la música, el amor y los hombres atractivos son lo mejor de la vida”, como decía sin ruborizarse, este impulso la llevó a encontrar un nuevo y último amor, que llegaría como suave brisa. Se enamoró de Will Williams, cineasta alemán, dibujante y pintor. Con el apostó a Hollywood, pero el proyecto no funcionó. Las luces se apagaron para siempre, y Rosita se regresó definitivamente a Chile en noviembre de 1991, donde creyó que sería recibida con honores pero su sorpresa fue dolorosa pues no recibió el reconocimiento de su país, ni la pensión que se le había ofrecido. Así que murió a causa de una bronquitis sin dinero y sin la fama de antaño el domingo 6 de abril de 1997 a las 16:20.

Como una anécdota amarga resulta que el Ministerio del Interior dio luz verde a su pensión, tres meses después de su muerte.

Y no ocurrió, esta vez no pude cruzar el tiempo, pero algo extraño me sucede cuando escucho su música mientras escribo, encuentro algo que me lleva a suspirar y percibo un dejo de añoranza, como si simplemente el haber escrito sobre ella fuera suficiente.

Por DZ

Claudia Gómez

Twitter: @claudia56044195