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Ataque de pánico
Ataque de pánico. Foto: DZ / Top Doctors.

“¡Siéntense”! sale en forma de grito desde mis entrañas. Somos 4 en el reducido espacio del cubo del elevador, todas entrañables amigas. Estamos en el piso ocho de la torre Mitikah, esa que está marcada con una M, sobre la calle de Churubusco en la ciudad de México. En realidad de ocho no tiene nada, son como dieciséis, porque para subir al lobby son como siete pisos más desde la plata baja.

He dejado las cajas de miel que cargaba, para ir hacia el suelo en son de protección, no alcanzó a Claudia me comienza a invadir una sensación de impotencia. No quiero que se lastime otra vez.

Estoy en el piso del elevador, de pronto percibo que el corazón palpita rápido y acelerado, cuando uno es vagotónico es difícil sentir el vital órgano, mis pulsaciones, siempre son más lentas y la presión normalmente es tan baja que apenas hace un poco de calor, la paso fatal.

Con las manos en las baldosas y las rodillas pegadas en cuclillas comienzo a sentir una fuerte sensación de que me falta aire y me cuesta respirar. Corazón y pulmones al unísono comienzan a generar un rápido pensamiento: “si el elevador se vuelve a caer desde esta altura; ahora si nos vamos a matar”.

Busco en la pared el botón de alarma, no lo encuentro, Son segundos, pero para mi el tiempo se ha detenido, lo percibo perenne, me invade la intensidad de todas las emociones al mismo tiempo y puedo percibir la respuesta corporal ante lo que percibo como un peligro inminente. Esto detona que mis sentidos se agudizen, pero que pierda claridad.

Finalmente lo encuentro hundo mi dedo afligido en una campanita que es la que indica emergencia en la pared frente a mi. Una voz en el techo, me dice que sí alcanzó a tocar el botón de abrir la puerta, lo toco y resulta que no abre, está oscuro, ahora comienza el sudor frío, a este lo conozco muy bien, este me avisa de que me está invadiendo el miedo.

De pronto veo la luz del botón que marca las puertas para abrir, esta luz no estaba ahí hace un par de segundos ¿o si? Lo toco y no abre. Me pasa con frecuencia que me equivoco de botón, la dislexia tiene esa particularidad, hay un algo que hace que lo revuelve a uno y entonces lo hace pensar en que: esas flechas que van para adentro son para afuera y si ya se: “¡es que no te fijas!” esa frase fustiga como látigo en mi cabeza, pero en verdad es inevitable. Solo quien ha pasado la vida peleando con la izquierda y la derecha, los 5 y los 2, las b y las d, puede empatizar conmigo.

En el relato, de pronto aparece el “yo te dije que ese no era el botón” y seguramente fue así pero yo no la oí, estoy atenta a los cables del elevador, a cualquier sonido de desplazamiento, a esperar el fatídico momento. Paso mi vida en un segundo, NO.

Súbitamente se abre la puerta. Trato de salir a gatas, empiezo a deslizarme hacia atrás y no puedo. Mi cuerpo se ha paralizado, entra la rabia como un mecanismo defensivo, la última vez caímos siete pesos con un aterrizaje que lo sentimos como un chicotazo que paro en el sótano 7 y este lastimó la espalda de Claudia que es como mi hermana. Era la segunda vez, cuando llegamos al edificio en pandemia, se quedó atorada más de 2 horas y no hubo un lo lamentamos que no cura nada, pero al menos es una respuesta que toca lo humano.

De repente estoy de nuevo ahí. Cuando nos desplazamos parece que nos salimos del cuerpo, vamos a ese otro momento, es como si se rompieran las barreras del tiempo, la sensación de pánico y la respuesta de las autoridades del edificio que fueron, “ ya revisamos las cámaras y el elevador que se cayó fue el de al lado” hacen que aparezca la ira.
En ese momento me doy cuenta que las posibilidades que en tan poco tiempo nos pase dos veces es un caso extremo, está claro que no es una casuística habitual.

En la memoria de las células se guardan los recuerdos de cuando uno estuvo en peligro, la amígdala con su milenario existir, aparece como mecanismo defensivo para que a uno no se le olvide y esté alerta. Tan fácil como que uno quita la mano de una superficie que está caliente, es porque seguro uno se ha quemado alguna vez o de repente puede aparecer como una obsesión el voltear a los dos lados de la calle, no porque se haya estado en Inglaterra, sino porque a uno lo han atropellado.

Una voz que pertenece a uno de los guardias, me regresó a la realidad, por unos segundos me perdí en esa sensación que oprime y que me quitó el movimiento a los músculos.

“Agua, tráiganle un bolillo, una coca,” Yo trabajo en esto, se manejar los ataques de ansiedad, me he entrenado en ello, así que comienzo el proceso de dejar de resistir al embate. Les pido que me den espació que pronto se me va a pasar.

Dejo que salgan las lágrimas al punto que se vuelven un río. Comienza el tremor en el cuerpo, este me sacude, la piel se me eriza, me estoy autorregulado, cierro los ojos, bajó la cabeza y la tomo entre mis manos. Sin aviso me invade ahora la rabia, esta tiene una potencia que avasalla. ¿Cómo es posible que siga pasando esto en un edificio moderno, se supone que tiene toda la tecnología moderna?

Sin duda estas emociones tan poderosas son recursos que tengo para mantenerme de pie, quizá cubren la sensación de abandono que me invade por debajo y me recuerda que la vez de la caída, no nos creyeron.

Para mí la sensación de vulnerabilidad es un monstruo, uno que negro me aprieta el cuello y se apodera de mi estómago, el me ha acompañado toda la vida. Está ahí para recordarme de mi fragilidad.

Más tarde tuve que hacer unas descargas tirando un cojín al suelo con todas mis ganas y después anudado el estómago me acordé de la teoría que hay sobre los ataque de pánico, donde una crisis de ansiedad súbitamente comienza a generar un malestar extremo. Donde ahora perdí el control, por el miedo a morir.
La sudoración excesiva me dejó la ropa oliendo a agrio, al punto de las náuseas. Puedo decir que hoy por unos cuantos segundos me desprendí de mi cuerpo nunca había sentido algo así, ahora cuando trabajé en mis sesiones con mis pacientes sobre este tema usare el recurso de “te comprendo”, de otra manera, ahora no será de dientes para afuera como me da la impresión que tantas veces lo he dicho.
Un ataque de pánico es una respuesta de ansiedad intensa y no representa una amenaza física directa para la vida. Pero eso es lo que dicen los libros, para mí la intensidad de los síntomas, además del miedo a perder el control o volverme incapaz de manejar la situación, toca la loca idea de que es imperdonable. Eso sobre todo esto, hace que después aparezca la vergüenza y la humillación.
Fulminantemente no dejaré de usar este medio de transporte, respiraré profundo antes de entrar, recordaré que cuando a uno le toca aunque se quite o se ponga.
Pasado el pánico, comienzan los perdones, los que vergüenza, los gracias, gracias en verdad a todos. El personal del we work donde está la oficina muy amable esta vez respondieron preocupadas. De la administración del edificio ni un cómo están, ni una nada.
Dormí como un bebe, al día siguiente me dieron ganas de escribir, quizá en las letras se termine de vaciar la experiencia de una manera que no me genere incomodidad.

Por DZ

Claudia Gómez

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