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Agnes Heller
Ágnes Heller, en 2017. ZSOFÍA PÄLY

Mientras comienzo a escribir, tu voz va llenando el cuarto con tu manera de mirar el mundo, escucho atentamente el dejo de tu voz con tono de extranjera, es una entrevista que te hicieron hace poco más de dos años. Curiosa por tratar de entender porque pensabas como lo hacías, como respondías a las preguntas esenciales sobre la existencia, me di a la tarea de escudriñar por encima sobre tus escritos, sobre tus planteamientos y debo confesar que me fuiste envolviendo poco a poco en tu mundo.

En una bibliografía vasta entre más de setenta ensayos y libros, dejaste para los que siguen premisas de encuentros con la naturaleza humana cargada de tu experiencia, encarnada de tu andar por el mundo. Yo, apenas di una ojeada algunas cosas y quede deslumbrada.

De pequeña figura y grandes anteojos, de alma sencilla pero profunda, fuiste grande entre los grandes.  Llegaste al mundo un 12 de mayo de 1929 en Budapest. Sin duda marcados por tus experiencias de vida, el genocidio Nazi y el totalitarismo de un gobierno Húngaro, que te obligo a salir exiliada, formulaste las respuestas a las preguntas que todo ser humano busca responder en su paso por la tierra. ¿Quién soy?, ¿A dónde voy? y  ¿Para qué estoy?

Con gran claridad expusiste que la filosofía es solo el tiempo vivido expresado en conceptos y tu tenias un arte para vivirlos con convencimiento.

En esa época donde estuviste a punto de morir mientras tu instinto te hacia saltar a la fosa común siendo apenas una adolescente, las balas te pasaban de largo mientras tu familia era diezmada por el odio hacia tu raza. Aún en esas circunstancias tan adversas, fielmente creías que siempre se tiene una opción para vivir lo que nos pasa, estabas convencida de que uno no necesita ser libre físicamente para tomar decisiones. Hay una libertad interna que nos permite decidir qué hacer con aquello a lo que nos enfrentamos.

Salvaron la vida nuevamente tú y tu madre al escapar antes de subir a un tren y viviste convencida que Uds. lo lograron porque otros no pudieron hacerlo, así que imprimiste una fuerza brutal en hacer que tu vida valiera la pena en honor a cada uno de ellos. La fuerza de tu vitalidad radicaba ahí, en esa alegría de vivir, que también estaba cubierta de esa necesidad de serlo. Era en cierto modo un deber, un tributo en honor a los otros, a aquellos que murieron al quedarse.

Dejaste la facultad de ciencias donde estudiabas física y química en la universidad de Budapest con apenas dieciséis años, eran tiempos duros, acababa de terminar la II guerra mundial y te inscribiste en la facultad de Filosofía donde fuiste alumna de Gyorgy Luckács quien te influencio a ese cambio de intereses e integraste junto con un grupo, la escuela de Budapest donde los avatares del siglo XX podrían tomarse como referencia en una crónica histórica, sobre una forma de pensar que era fundamentalmente marxista en un principio. Con ello intentabas dar respuesta a algo que siempre te preocupo, que era como vivir en el mundo modero.

“Los hombres se crean a sí mismos” una idea que impulsaba tu creencia sobre la creatividad humana como promesa de su emancipación. Para ti, la fuerza de la vida cotidiana, era la dimensión social central en donde se desarrolla la personalidad de cada individuo, en donde se ponen a prueba las capacidades intelectuales, así como las afectivas y emotivas. En este espacio contenido, el ser humano actúa con todo lo que es. Es en ese lugar de desarrollo, es donde brota la posibilidad de un hombre entero. Sin embargo, sin duda su crecimiento está influenciado por la  respuesta que de a la cultura, a los rituales, a las normas, las reglas, a la moral, a la ética, a su familia, a cada ámbito donde las pautas construidas desde ahí, son fundamentales para la interpretación del mundo. Es justo en este caldo de cultivo, donde la vida cotidiana condensa la forma de expresarnos e interioriza con objetivaciones sociales presentes y pasados de nuestro paso por el mundo, aprendiendo primero a internalizar el entorno, no solo en lo que es material sino, también en su significado y ahí se aprenden los modelos y patrones para conducirnos.

Respondiste alguna vez sobre uno de tus libros más importantes SOCIOLOGÍA DE LA VIDA COTIDIANA :  “La vida cotidiana es el espejo de la historia, nuestras vivencias diarias, repletas  de significados.” Penetrar en lo profundo de lo “normal”  cuestionarlo, buscar el sentido y responder para qué, abre la gran posibilidad de nos ser un autómata. Entonces se vuelve una lucha consigo mismo, contra las fuerzas superiores de la sociedad que nos ha configurado. En realidad eso es lo que hace la sociología, vislumbrar y proponer, objetivar y señalar rumbos sociales.

¿Qué es la vida, qué es la verdad? Las respuestas que los filósofos han promulgado sobre ellas, han dejado un influencia arrasadora en la existencia humana, han sido bastión inclusive en la influencia de si vivimos más o menos vidas significativas o no, de como y hacia donde se dirigen los gobiernos y las instituciones.

Tus ideas moldearon una forma de percibir los Ismos como algo que tendría que racharse, pues quieren ser la encarnación de la verdad.  Un ejemplo lo ponías en el feminismo, pues en verdad creías que esta forma de adhesión a un grupo u a otro, demandan una obediencia y el sentido de  libertad en el que creías no iba con eso. Pues decías que para la filosofía se necesitaba libertad.

¿Por eso no hubo durante tanto tiempo mujeres filosofas? Decías que durante siglos las mujeres no pudieron destacar con tanta fuerza en esta área, pues siempre han dependido de otros y si uno no es independiente las capacidades y los pensamientos no pueden desenvolverse libremente y desde ahí es difícil crear algo. Pero hoy es distinto porque hoy los cambios en algunas culturas, permite a algunas mujeres desarrollarse, volverse independientes, entonces hay libertad para expresarse sin preocupación, pues muchas ya pueden sostenerse.

Para ti el nacionalismo del siglo XX y XXI, es el peor de los venenos al que como humanidad nos enfrentamos y coincido con esto hasta la médula.

Escribir sobre el pensamiento humano era algo que te apasionaba y por lo que sentías un placer sin medida, así que decías que la filosofía era erótica, porque en ese tenor te producía un placer indescriptible.

Siempre fui una hereje, quiero pensar con mi propia mente lo que considero bueno o malo, falso o verdadero” Te expresabas así, te mostrabas llena de gozo envuelta en una libertad interna envidiable.

Este 19 de julio de 2019, mueres de noventa años y contigo una forma de percibir un mundo que solo algunos que vivieron los embates de la guerra y del totalitarismo realmente pueden entender. Son estas formas de abrazar el entorno que se encarnan en las experiencias y que por más que uno intente meterse por debajo de la piel de alguien más, las cicatrices infligidas por el odio de otros, solo se palpitan en carne propia.

Las repuestas a como pudo aparecer una circunstancia histórica que permitiera que la gente pudiera hacer algo así, de cómo podías entenderlo fueron tu búsqueda incesante. Cuál es la naturaleza del bien y del mal, que se sabe sobre las fuentes de la moralidad. Estas premisas fueron anclaje de tus inquietudes por darle forma a un mundo que se te presentaba así, brutalmente cruel. “Las personas pueden ser buenas o malas pero hay gobiernos que facilitan los peores instintos de su población y los amplifica.”

Te despediste del mundo dejando respuestas con una mirada contemplativa donde con una inteligencia generosa y prodigiosa respondiste alguna vez en una entrevista “La fortuna más grande de mi vida es : haber nacido.”

Gracias Agnes por dejarnos como otros, la certeza de saber que preguntarse y darse a la tarea de dar respuestas a cada una de ellas, es trabajo de toda una vida, que se irán amalgamando de experiencias encarnadas dando nuevos sentidos, tal cual como te paso a ti.

“Solía considerarme marxista, pero ya no. No soy Marxista ni post marxista. Soy, Agnes Heller.”

DZ