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Abrazos para terminar el año

Estrechar entre los brazos a una persona ha sido, quizás, una de las manifestaciones más antiguas de la humanidad. En ellos se teje un lenguaje que no necesita ser expresado a través de las palabras.

Es ineludible pensar que este gesto es meramente intuitivo, pues encierra un sinfín de emociones que se transmiten de diferente manera a lo largo de nuestra vida.

Hay abrazos que se guardan en los rincones de nuestros recuerdos para siempre; inolvidables, sentidos y también de los otros; los fríos, metálicos, hipócritas y algunos que no debieron ser.

Nunca olvidaremos la sensación de sentirnos estrechados por una persona amiga, rodeados de unos brazos fuertes, en un regazo que acoge y que tantas veces marca  una despedida. Hay esos que la ternura envuelve, que están llenos de calidez. Abrazos infinitos que se perciben en la distancia, los que son de pareja, de amistad, de reencuentros, de cariño, de protocolo. Los que son cortos, largos, apretados, tímidos, los que encierran la pasión de los amantes.

Un abrazo es una forma de compartir alegrías, y tantas y tantas veces, consuelo en el dolor.   Es poderse refugiar en los brazos del otro, sentirnos queridos, protegidos, resguardados. En ocasiones sentimos el vacío de no poder completarlo y se queda inconcluso en algún rincón de nuestra mente.

En cada uno se esconde un lenguaje simbólico que alberga los secretos del afecto, entonces el alma se hace cómplice del silencio y los sentimientos fluyen a borbotones y brota amor, perdón, paz, cariño, consuelo. Sin darnos cuenta, un abrazo tantas veces mira de frente a la soledad y la vence por unos instantes.

Me parece que en verdad se necesitan cuatro abrazos diarios para sobrevivir, ocho para mantenernos y doce para crecer.

Venimos al mundo sin nada y nos vamos sin nada.  Sólo nos llevamos el amor vivido, y con él, los miles de abrazos que nos hayamos atrevido a dar y a recibir.

A veces, hay algunos que nos cuestan; éstos, sobre todo éstos, tienen mucho de humano y pueden cambiar el sentido de protocolo, si pensamos que a veces nosotros mismos los necesitamos, aunque no los merezcamos. Esos abrazos nos engrandecen, porque nos acercan a la misericordia, a la compasión.

Son abrazos difíciles, que nacen de la voluntad y se transforman en luz.

Tal vez los que más nos costaron, tengan mayor valor.  Tal vez, éstos nos acerquen un poco a la inocencia original, ahí donde nace el amor con el que fuimos creados.

Durante todo el año, hay grandes excusas para darlos, pero sobre todo en el tiempo de la Navidad. Para aquellos que somos cristianos, esta época abre un espacio especial para los abrazos de paz.

Si pensamos en María hace más de dos mil años, ¿cómo prepararía los brazos para acoger al que venía?

Ningunos brazos abrazaron a Jesús como aquellos, sus brazos serían la prolongación de su corazón cálido. Los primeros en abrazarlo al nacer, y los últimos al recibirlo al bajar sin vida de la cruz. Podría ser que el mensaje de Jesús, sin sus abrazos hubiera sido poco menos que una doctrina, y sus sueños poco más que una utopía inalcanzable. Pero sus brazos envolvieron todo ello, de honda humanidad.

Cuando la gente recibía un abrazo de él, se transmitía el oculto abrazo de Dios y sentían que algo de él se quedaba en sus cuerpos.

Al hijo pródigo el padre lo acogió con abrazos, besos y lágrimas. En cada brazo había la transmisión de un corazón de padre, de uno que perdona incondicionalmente, con aquella calidez con la que cualquier padre abraza a su hijo, sin importar lo que haya hecho.

Jesús abrazó a pobres, niños, viudas, enfermos y muertos, miles de hombres y mujeres que tocaron su vida durante el corto período que duró.

Y quizás a través de ellos, generación tras generación, quedó en el alma, como si fuera un código genético, el amor de Dios que nos llega hasta nuestros días y que se manifiesta a través de aquellos brazos que nos abrieron la posibilidad de vivir el amor de una manera distinta, hoy nos ponen de pie, nos posibilita a seguir en el camino de otra manera.

Sin duda alguna; abrazar es dar el corazón.

Con su Espíritu de Amor, el Padre nos abrazó con ternura infinita a través de la Madre de la humanidad y a través de su hijo Jesús, extendió sus brazos fuertes para aquel que quiera acercarse.

Desde entonces, sabemos que nadie está solo.

El abuelo del escritor José Saramago, que era analfabeto, pero contaba con una gran sabiduría, pidió antes de morir que lo bajaran al huerto y abrazó uno a uno los árboles que había sembrado para despedirse de ellos.

—El amor está en todas partes y en todas las cosas. Y lo que se ama hay que abrazarlo —decía.

¡Abraza a los demás! No importa si compartes las ideas de este escrito, abrir los brazos no tiene religión, no tiene nacionalidad, ni raza, ni tiempo.

Es la expresión por excelencia de amor más profundo que existe, cuando nace del corazón. Hay que aprender a darlos, a recibirlos y a pedirlos sin timidez ni prejuicios .

Qué el año que viene estés lleno de esos abrazos de los que no quieres soltarte nunca, de los que acarician el alma, te llenan de esa magia amorosa  y quitan las penas arropando el paso del frío.

DZ. Un escrito, transformado y añadido. Corregido por Melisa Limón, de una clase de +Fray Ricardo Villareal.