Elecciones 2024
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06/04/2040

Querida:

Te escribo sentada frente a mi terraza, desde aquí veo a mis bisnietos correr por el campo abierto. Tengo el pelo blanco, dejé de pintármelo cuando descubrí que la belleza se lleva en el alma. Me llené de arrugas, de pronto envejecer se volvió un regalo. Quién lo hubiera dicho, tú que fuiste siempre tan vanidosa, gastando horas en el arreglo, buscando referentes de moda y de belleza para imitarlos. Pero sigo pensando que por más libertad que he ido adquiriendo me sigue gustando arreglarme.
Llevo las uñas pintadas y me gusta maquillarme. Como ves, todavía conservo algunas de las viejas prácticas, solo que ahora soy más flexible. Ese, ha sido mi regalo más grande, para alguien quien la rigidez le ayudó a sobrevivir, encontrar el equilibrio en la polaridad es sin duda algo interesante.

Hoy te recuerdo, pues te veo con los avatares de aquella época. Hoy hace veinte años, cuando escribías como sin darnos cuenta fuimos recogiendo los fragmentos de nuestro ser, por optar por una forma de vida “cómoda”.

Fuimos envolviéndonos en una mentira, creyendo que lo podíamos todo. Con frecuencia decías como habíamos perdido la capacidad de sentir la naturaleza, de leerla y respetarla, no porque fuera un conocimiento tuyo, sino porque lo encarnaste. Sigo creyendo que dejamos a un lado el agradecimiento por bonos de petróleo, que hoy ya no se usa. Nos dimos a la tarea de reemplazar el mirarnos y escucharnos por un aparato que fue tomando el lugar de una relación con los otros. Hoy solo lo usamos para algunas cosas, procuramos vernos a los ojos dejándolo a un lado.

Tú como tantos, naciste en una época donde la relación con lo divino estaba subyugada a las religiones y papá y mamá te dejaron ser libre para que no estuvieras limitada y resulta que no teniendo relación con aquello que nos contiene, te costó tanto volverte agradecida. Sí, es aquello en lo que uno cree lo que nos sostiene, no he encontrado que pueda ser de otra forma.

En estos días hablaba con mis bisnietos les contaba sobre aquella época que llamamos la pandemia del COVID-19, un virus que se disolvía con jabón y como nos puso de rodillas. Mucho se especuló entonces, entre complots de gobiernos poderosos, la caída de un imperio, o de varios, hasta el control de alienígenas sobre nuestro pequeño planeta azul. Sin duda el haber destrozado nuestro hábitat, tenía más peso que todas las otras posibles hipótesis.

Hoy estoy sentada en mi casa junto a un bosque, aprendí a sembrar, a volverme autosustentable. Cambiamos las monedas por trueque. Mi casa es de adobe, como siempre la soñaste, llena de arboles frutales. Tengo una fuente donde los pájaros vienen a nadar. Vivo mucho más parecido a como lo hacían quienes estaban en contacto con la tierra, esos pueblos primigenios que toda nuestra vida honramos. Vivo en una comunidad pequeña llena donde todos aportamos.

En ese sentido decirte que me siguió acompañando esta idea de que la historia sirve para reflexionar, me he dedicado los últimos 20 años entre otras cosas a cuestionar sobre aquello que ha sucedido. Mis personajes han transmutado, han evolucionado y muchos se volvieron seres maduros, tan distintos que cuando los gesté. Al darlos a luz también les di esa libertad de irse amalgamando con sus experiencias, así que hoy viven en un mundo paralelo a este donde todo es posible. No he abandonado la locura de moldear el acontecer a mi capricho, me sigue resultando divertido meterme en los espacios, escribir sobre seres que vivieron en otro tiempo e imaginar que los siento con cada poro de la piel.

Puedo decirte que no ha cambiado mi forma de contemplar el entorno. Siempre termino por regresarme a los pueblos primigenios sin dejar de ser objetiva, pues es claro que el romanticismo sobre aquello que imagino o pienso me sigue ganando. Me acompaña inevitablemente esta duda de porqué, algunos pueblos ancestrales eran capaces de reaccionar de manera instintiva ante el advenimiento inminente de una catástrofe natural y sigo discurriendo en que se sentían parte y no aparte de la naturaleza.

Veo aquella época y su vorágine llena de incapacidad para hacerle frente a un minúsculo microorganismo introduciéndose como parásito en nuestras células para reproducirse en ellas. Todavía me duele la lentitud de respuesta con tanta tecnología y la muerte que eso acarreo. Recuerdo el miedo desbordado, los mercados vacíos porque algunos decidieron aprovisionarse sin pensar en los que no podían hacerlo. Estoy convencida de que este minúsculo virus nos restregó aquello que no queríamos ver, que esa desigualdad que ha persistido entre unos y otros preferíamos no verla.

¡Pero qué gran oportunidad! Qué gran maestro ese coronavirus. Nos puso de cara a la realidad invitándonos a que nos diéramos cuenta, que por más que quisiéramos hacerla invisible la pobreza subyace. Recuerdo cuando un termino te hizo reflexionar tanto, que cuando lo pronunciabas te apretaba la garganta, pues habla de rechazo, de miedo y aversión a la pobreza. Qué dura palabra esa llamada aporofóbia.

La pandemia sacó a flote todo, el hambre, la desigualdad, el maltrato a la tierra, el sobre uso de nuestros recursos. Y tenias razón, el altruismo por mas que naciera de un corazón genuino, terminaba de ser un simple paternalismo donde al otro se le pone por debajo de uno, dejando una deuda. Qué virtuoso se volvió un intercambio entre lo dado y lo recibido; “Quid pro quo.”

La modernidad nos arrebató la habilidad de olfatear, agudizar cada sentido ahí donde el fuego, el agua la tierra y el aire conjugan con toda su fuerza las consecuencias de cada evento. Pero aquello que esta instaurado en el ADN colectivo se recuerda. Y lo recordamos querida. Encontramos la forma de parar y comenzar de nuevo.
Sigo creyendo que los sabios, curanderos y chamanes de los pueblos ancestrales que muchos no tenían tradición escrita, pudieron prevenir de algo que no han vivido todavía las generaciones vivas. Quizá ahí radica mi obsesión por contar historias, porque hay una información tras generacional que habita en cada uno de nosotros y por mas dormidos que estemos, al escuchar una historia una leyenda de inmediato nos conecta.

Al rememorar la fantasía, la magia, nos llena de alquimia para darle sentido a nuestro mundo, haciendo nuestras las historias y rituales de generaciones anteriores. La capacidad humana para interpretar el mundo sirviéndonos de una narrativa, sigue teniendo una fuerza espectacular. Uniendo cuerpo y alma en nuestra interpretación metafísica para encontrar los porqués de la existencia.

Me sigue sorprendiendo lo profundamente amada que siempre has sido, teniendo el privilegio de caminar junto a seres maravillosos durante toda tú vida. En ese 2020 Colectivo siete, ese proyecto que impulsaba tu corazón, llevó al Rio Magdalena metafóricamente para encontrar como salir al encuentro y llevar el agua que es fuente de vida y restauración para responder a la emergencia. Se fusionó con una gran colectividad, más allá de lograr muchas cosas juntos, lo más hermoso es que saliendo de si para ayudar, se fueron encontrando a sí mismos, llenando el corazón de profundos lazos de amistad.

Tenias razón, la familia es aquella que uno elige, la otra lleva en la sangre los genes, pero sin el vinculo del día a día, con sus encuentros y desencuentros se vuelve solo casualidad genética.

Te dejaría en ascuas, pero prefiero contarte que el río sigue corriendo ahora con aguas transparentes, que lo que fue un sueño, se logró. Necesitó de la voluntad de una comunidad unida para lograrlo, un esfuerzo de muchos puestos al servicio dejando sus diferencias. Cuantos dijeron que sí, cuántas almas que después de la pandemia, después de vivir la dureza de una economía que se vino a pique. Sí, pudimos salir fortalecidos, replanteándonos tantas cosas. Si querida, logramos gestar una revolución.

El cielo está azul lleno de nubes blancas, no hay contaminación. Es verdad te tocará verlo e inhalar y exhalar con todas tus fuerzas llenas de agradecimiento. Solo quiero decirte que estaremos bien, que llegarás a vivir 85 llena de amor por el planeta, por cada uno de los seres que los habita. Que llegamos a esta edad sana de mente y de alma. No te emociones, me duelen los huesos, pero sigo bailando descalza. No veo bien de cerca, pero sigo emocionándome al ver la luna. Sigo adorando cocinar, escuchar música y regrese a pintar. Pero sin duda lo que más disfruto es escuchar historias, de esas que puedo sentir en el alma.

DZ tú en 20 años