Las bandas manejan la prostitución local, roban tráileres en la carretera y obligan a los agricultores a vender sus productos dentro de su municipio para cobrar por las transacciones
Los cárteles que se disputan Zacatecas tienen un control minucioso del territorio. Todo lo que pasa es registrado por halcones o revisado por retenes.
Se da por descontado que las policías municipales trabajan para las bandas. Cuando autoriza la salida de un convoy de búsqueda de desaparecidos, hacia algún punto del estado, la Fiscalía local consulta primero, ignotamente, si el lugar es seguro. Y no pone en los convoyes a ningún policía municipal.
En las zonas donde mandan las bandas no entra el gobierno, y cruza por ellas sin vigilancia de las mismas bandas.
Todo el mundo sabe que en Zacatecas hay dos autoridades: la formal del gobierno y la real de las bandas.
Las bandas no viven del tráfico de drogas, al que protegen, sino de extorsionar a la sociedad.
“Fresnillo”, escribe Claudio Lomnitz, “que está en el corazón de esta guerra, reportó en 2022 el cierre de mil 600 medianas y pequeñas empresas —de un total de casi 4 mil— abandonadas por sus dueños con pérdidas de unos 10 mil empleos, debido a las presiones de extorsión que enfrentaron” (Zacatecas: La zona del silencio, Nexos, junio 2023).
Dos de cada cinco negocios cerraron en esa ciudad, siendo los más afectados tortillerías, panaderías, taquerías y tiendas de abarrotes, o sea, dice Lomnitz, “el pequeño comercio, al que se le suelen exigir cuotas de entre 10 mil y 20 mil pesos mensuales”.
En Sombrerete, ciudad de 20 mil habitantes que domina el cártel de Sinaloa, sólo el cártel puede vender cigarrillos, o cerveza; los productores de frijol pagan mil pesos por tonelada; los compradores de ganado, 400 pesos por animal.
Las bandas manejan la prostitución local, roban tráileres en la carretera y obligan a los agricultores a vender sus productos dentro de su municipio para cobrar por las transacciones.
Exigen pagos hasta a las fiestas patronales de pueblos y parroquias.
Todo mundo sabe que quien no pague, será violentado, secuestrado o muerto.
Las bandas no se esconden, su presencia se ha naturalizado. “Ya no se cuidan”, dice un informante de Lomnitz, “no se tapan la cara, todos sabemos quiénes son”.
Zacatecas vive silenciada, cara a cara con sus verdugos.