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La primera reacción de los mercados tras conocer la decisión de política monetaria de la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) fue la euforia, porque los mercados habían ganado un poco más de tiempo con los dólares de regalo.

Mejoraron los índices bursátiles, sobre todo los emergentes, se revaluaron las monedas que por meses habían visto una caída drástica frente al dólar y los mercados de bonos disminuyeron sus presiones.

Sin embargo, poco duró el gusto. Y no es para menos, la falta de claridad de los planes que habrá de seguir el banco central de Estados Unidos no hace sino agravar la volatilidad en la que se han instalado desde hace algún tiempo los mercados.

Y más cuando a Janet Yellen, presidenta de la Fed, se le ocurre deslizar aquello de que este año llega el lobo del aumento de las tasas, justo cuando el mercado empezaba a confiarse en ver el primer cuarto de punto hasta el 2016.

Pero lo que realmente debe hacer una diferencia en la manera de enfocar el desempeño económico y financiero de los trimestres por venir está en la aceptación de que el ritmo de crecimiento económico de Estados Unidos y del mundo se ha ralentizado.

Hay que destacar que la condición económica de China logró romper el ensimismamiento de la Fed que levantó la vista de sus indicadores locales para voltear horrorizado hacia el lejano oriente y entender que si China no crece, se afecta el mundo. Y que si China empeora, la pulmonía es planetaria.

Lo más preocupante, y que debería ser del interés de las políticas públicas de todo el mundo, es que China no está simplemente en un proceso de desaceleración.

Los ciclos son parte normal de un comportamiento económico y hasta los asiáticos que prometían un modelo eterno de crecimiento tendrían que enfrentarse a la realidad de eventuales disminuciones y valles en sus estadísticas de crecimiento.

Pero lo que realmente tiene que preocupar es averiguar si los propios gobernantes chinos saben qué es lo que quieren hacer con su economía.

Estamos ante el resultado de los bandazos que han dado los chinos en su modelo de desarrollo económico, que pasaron de un estado maquilador a otro manufacturero y exportador de diseño y capital. Hasta ahí, una evolución deseable.

Pero el día que se pretendió hacer del consumo interno el gran motor del crecimiento vinieron los errores como las burbujas hipotecarias, el boom bursátil y el sobreendeudamiento.

Las medidas financieras que ha tomado China dejan huella en todos lados, como el episodio de devaluación del yuan de hace unas semanas. Y eso sin tomar en cuenta la veracidad de sus cuentas públicas que ya en otras ocasiones han falseado los datos.

Entonces, con el suspenso del comportamiento de la economía china y con la incertidumbre alimentada por la Fed, no hay que esperar otra cosa que el mantenimiento de la volatilidad financiera, acompañada de una recuperación económica que se mantiene como uno de los grandes pendientes mundiales.