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La semana pasada terminó el plazo de exención para México, Canadá y la Unión Europea a las tarifas sobre la importación de acero y aluminio, impuestas por el presidente Donald Trump en marzo pasado al resto del mundo.

Esta señal, que fue interpretada por los mercados como el segundo paso hacia una posible guerra comercial internacional, provocó una reacción inmediata de México, Canadá y la Unión Europea que, además de condenar la medida, anunciaron la implementación de tarifas a una serie de bienes estratégicamente escogidos y recurrieron a los mecanismos establecidos bajo la OMC y el TLCAN para disputar la decisión de Trump.

Las medidas compensatorias anunciadas por México y Canadá tienen como objetivo gravar bienes que se producen en distritos donde los congresistas tienen poder de cabildeo, buscando generar mayor presión en el Congreso para evitar que Trump siga escalando sus amenazas.

Vale la pena recordar que la administración Trump tomó la decisión unilateral de imponer tarifas al acero y el aluminio bajo la facultad que tiene el Ejecutivo de aplicar cuotas y/o tarifas para proteger la seguridad nacional, argumento sumamente cuestionable.

La decisión, que no es del todo sorprendente tomando en cuenta el personal estilo de negociación del presidente de Estados Unidos, refleja también su frustración ante la falta de acuerdos concretos en los temas más álgidos de la renegociación del TLCAN.

La decisión también revela un profundo desconocimiento del funcionamiento básico del comercio internacional y conceptos básicos de economía.

El presidente de Estados Unidos, repitiendo las ideas de su asesor, Peter Navarro, piensa que el comercio internacional es un juego de suma-cero, donde los déficits comerciales implican una “derrota” y que las guerras comerciales son “buenas y fáciles de ganar”.

Lo más irónico es que las decisiones tomadas por la administración Trump en materia de política económica, como la implementación de los estímulos fiscales en esta etapa del ciclo, contribuirá a un crecimiento mayor del déficit comercial.

Los estímulos fiscales están contribuyendo a un incremento en el consumo —Estados Unidos es el país con la propensión marginal a consumir más grande del mundo— que forzosamente lleva a un aumento de las importaciones.

Asimismo, el crecimiento del déficit fiscal y una economía en pleno empleo se traduce en un panorama de mayores tasas de interés, lo que a su vez fortalece al dólar y hace aún menos probable que el déficit comercial de Estados Unidos se reduzca.

Aunque hay muchas voces dentro del equipo económico de Trump y el Partido Republicano que han abogado en contra de la aplicación de tarifas, el presidente se ha obstinado en usar una estrategia de confrontación con sus principales socios comerciales y vecinos.

Aunque el impacto es mucho mayor para Canadá y Brasil que para México y la Unión Europea o incluso China, lo más probable es que Trump busque responder a medidas compensatorias impuestas por México y Canadá a ciertos bienes con la imposición de impuestos de importación de hasta 25% en el sector automotriz. Aunque una decisión así afectaría las cadenas productivas de toda la industria, provocando un impacto muy negativo en las empresas automotrices estadounidenses, Trump cree que esta medida contribuiría a regresar miles de empleos a Estados Unidos.

Históricamente, las políticas proteccionistas indiscriminadas han tenido resultados muy negativos. Aunque Trump parece no entender absolutamente nada sobre comercio internacional y economía, la esperanza está en que los legisladores republicanos, los empresarios y los mercados hagan ver la realidad a esta administración.

Aunque la estrategia de Trump de primero golpear y después negociar parece un bluff, las cosas podrían ponerse peor por un buen rato antes de mejorar.