Esta condecoración empaña la tradición costarricense de respeto a los derechos humanos, el estado de derecho y la democracia
En un acto polémico, el presidente de Costa Rica, Rodrigo Chaves, otorgó el lunes el más alto honor diplomático al presidente de El Salvador, Nayib Bukele, en reconocimiento a su “éxito en reducir los niveles de violencia durante una campaña de más de dos años contra poderosas pandillas callejeras”.
Esta condecoración empaña la tradición costarricense de respeto a los derechos humanos, el estado de derecho y la democracia. El galardón se concede a un mandatario que ha logrado efectividad en el combate a las pandillas y en la mejora de la seguridad ciudadana, pero a un costo alarmante: concentración excesiva de poder en el ejecutivo, debilitamiento de la separación de poderes, estados de excepción prolongados, acoso a la libertad de expresión, persecución a medios y periodistas, violaciones a los derechos humanos, debilitamiento del estado de derecho, reelección inconstitucional en un proceso plagado de irregularidades y un retroceso democrático que ha convertido a El Salvador, primero en un régimen híbrido y ahora en uno autoritario.
Bukele es, sin duda, un mandatario popular; sin embargo, su popularidad no lo convierte en un líder democrático. Con esta cuestionada condecoración, el presidente Chaves expresó su admiración por el liderazgo autoritario de Bukele, deshonrando así la tradición democrática de una de las tres democracias más sólidas de la región, junto a Uruguay y Chile, según los índices internacionales de calidad democrática.
Es una condecoración indigna y un día triste para la democracia costarricense.