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El resultado más inquietante del carro completo del populismo, el 1 de julio, fue la entrada en fase terminal de nuestro sistema de partidos. Porque una democracia sin un sistema de partidos vivo, saludable, es como un pollo sin cabeza.

La votación de 53 por ciento para Morena dejó con respiración artificial a una democracia que, en 25 años, propició la alternancia y un juego político dominado por tres partidos que, más o menos, representaban las corrientes ideológicas tradicionales: PRD (izquierda), PAN (derecha), PRI (centro).

Pero ya casi no habría juego político o, en todo caso, no en el Congreso: Morena tiene la mayoría en las dos cámaras. Tanto así que Ricardo Monreal, quien liderará a Morena en el Senado, debió adelantar que su partido usará la mayoría sólo en lo relevante y no para avasallar.

Por suerte para los partidos en saldo, lo dice Monreal, quien es, en Morena, un político prudente, operador legislativo confiable, y que es respetado por los quebrados, por su perfil propio, su empatía y don de gentes, que lo convierten en una de las personalidades más fuertes en la política mexicana.

Sin embargo, de todos, fue el PRD el partido más dañado durante el pasado proceso electoral. Casi desapareció. Quedó a sólo dos puntos de perder el registro como partido político, por su cinco por ciento de votación, aunque si lo perdió en 10 estados.

Pero el PRD tiene la obligación de recomponerse y regresar a las fuentes de su ideología: nuestro sistema de partidos no se recuperará del todo sin tener un partido verdaderamente de izquierda, que contribuya a construir instituciones y ampliar el régimen de derechos y libertades.

Lejos de su reciente espíritu acomodaticio de buscar alianzas con la derecha que lo rescaten, el PRD tiene que apostar por sí mismo y conquistar nuevos militantes con un giro más todavía hacia una izquierda de aliento socialdemócrata.

No hay en México un partido que apueste genuinamente por la libertad con igualdad, la justicia, la colaboración, la participación, la solidaridad y la regulación… algo cercano a un socialismo que defienda que los cambios sociales surjan de una democracia parlamentaria, y no desde la revolución.

Ahora que casi no puede caer más, el PRD debe trabajar por rehacerse con esa bandera. El PAN tiene otros problemas: una crisis en su élite, que resolverá con purgas. El PRI, pese a su tercer lugar, no está muerto: gobierna 12 estados y sabe reinventarse, como demostró después del crack del 2000.

Los tres tienen el imperativo ético de evitar el fin de del sistema de partidos, conseguir que la democracia mexicana se actualice y, lo principal en este momento histórico mexicano: acabar con esta insensata nostalgia…

De restauración autoritaria.