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Durante los últimos 25 años la economía global ha vivido un periodo de auge para el libre comercio. A partir de principios de los años 80 las barreras arancelarias comenzaron a disminuir a raíz del establecimiento del GATT (General Agreement on Trade and Tariffs) y la posterior formación de la OMC (Organización Mundial del Comercio) así como la firma de múltiples acuerdos comerciales entre países y regiones.

Sin embargo, a partir de la crisis financiera del 2008-2009 el comercio internacional se ha venido desacelerando considerablemente. Entre 1983 y el 2008, a nivel global, creció a una tasa anual promedio de 6 por ciento.

A partir del 2010, la tasa se desaceleró a solamente 3 por ciento. Aunque parte de esta ralentización tiene que ver con un entorno global de menor crecimiento económico, la realidad es que el comercio internacional pasó de crecer a una tasa de casi dos veces la del Producto Interno Bruto global a un ritmo menor a éste.

Esta desaceleración en el comercio internacional está en riesgo de acentuarse y convertirse en un verdadero retroceso, con eventos como el Brexit, el retiro de Estados Unidos (EU) del Acuerdo Transpacífico y la llegada de Donald Trump a la Presidencia con su promesa de campaña de renegociar todos los acuerdos comerciales con países donde EU mantiene un déficit comercial.

Aunque algunos observadores ven estas promesas de campaña de Trump más como una efectiva propaganda electoral o, cuando mucho, una postura de negociación que será acotada por las instituciones estadounidenses y sus contrapesos al poder presidencial, no debemos descartar los escenarios más adversos.

El presidente de EU tiene facultades muy amplias en cuanto a la política exterior, incluyendo las relaciones comerciales. Entre otros especialistas en este tema, Gary Clyde Hufbauer, del Peterson Institute for International Economics, reconoce que, en principio, la constitución establece que la política exterior es un asunto del Congreso.

Sin embargo, puntualiza que en la práctica el presidente tiene amplias facultades que han sido obtenidas a través de diversas resoluciones aprobadas por el Congreso en los últimos 100 años.

De acuerdo con Hufbauer, hay dos resoluciones en concreto: Trading With the Enemy Act e International Emergency Economic Powers Act, bajo las cuales el presidente puede tomar decisiones unilaterales sobre política comercial.

Bajo el Emergency Economic Powers Act, Hufbauer argumenta que basta con que el presidente declare un estado de emergencia nacional —como lo hizo para intervenir en Granada, Nicaragua y Sierra Leona— para ejercer sus facultades. Aunque estos casos difícilmente se podrían considerar emergencias nacionales, las cortes nunca han cuestionado a un presidente por invocar la emergencia nacional para actuar.

Bajo estas leyes y otras adicionales, Trump tiene poderes ejecutivos para dictar la política comercial, incluyendo las decisiones de salir del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y la de imponer aranceles y tarifas de manera unilateral. La amenaza de Trump de imponer medidas proteccionistas ante las importaciones de México y China es un riesgo real que no debe subestimarse.

La lógica económica nos dice que poner en marcha estas medidas tendría consecuencias negativas para la economía estadounidense —las cadenas productivas americanas que dependen de productos importados de México y China sufrirían disrupciones mayores, creando desabasto, inflación y desempleo en EU— y probablemente desataría una guerra comercial con consecuencias negativas a nivel global.

Si Trump no ve esto, seguramente sus asesores lo entienden. Pero no debemos subestimar la capacidad de los políticos de tomar decisiones equivocadas.