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Me dejé llevar por el momento y acabé en la historia de guerra de México y Estados Unidos.

La sombra de fatalidad que me abruma siempre que me acerco al tema cayó de nuevo sobre mí, esta vez en los primeros pasajes de un libro de Peter Guardino: The Dead March.

El título alude a la pieza musical “la marcha de los muertos”, que tocaban en los funerales de los soldados estadunidenses. La cantidad inesperada de muertos en una guerra que el presidente James K. Polk esperaba corta, terminó siendo una tonada definitoria de la época.

El pasaje del libro, que hizo caer de nuevo sobre mí la sensación insoportable de fatalidad, es el de las primeras dos batallas formales que establecieron frente a Matamoros, de un lado el pequeño pero disciplinado ejército de Zachary Taylor, y del otro, el numeroso pero mal nutrido cuerpo de soldados de Mariano Arista.

Lo característico de aquellas batallas es que no lo fueron en realidad. Tuvieron lugar luego de una escaramuza en que los mexicanos sorprendieron una patrulla americana y la diezmaron, incidente que le permitió a Taylor decir al presidente Polk que Estados Unidos tenía ya el incidente que necesitaba para declarar la guerra.

Días después los ejércitos se formaron frente a frente, y la artillería de Taylor empezó a diezmar a los mexicanos sin que se trabara el combate, por la sencilla razón de que sus cañones tenían más alcance.

La carnicería resultante de esta ventaja tecnológica sigue poniendo la carne de gallina. Los cañones decían la realidad de la economía. El producto per cápita estadunidense era ya en ese momento tres veces el de México.

El sentimiento de fatalidad y abuso de que hablo no es solo melancolía mexicana. Uno de los combatientes estadunidenses, Ulises Grant, más tarde presidente, se refirió a todo aquello como “una de las guerras más injustas emprendidas nunca por una nación fuerte contra una débil”.

Ralph Waldo Emerson escribió: “Estados Unidos conquistará México pero será como tragar arsénico”. Herman Melville creyó siempre que la guerra civil americana había sido una expiación por los pecados de “la guerra mexicana”.

El libro de Guardino es una maravilla. Aquella historia, un desastre.

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