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Creo, con Luis Carlos Ugalde, que el demasiado poder que ha recibido la presidenta electa Claudia Sheinbaum puede ser uno de sus problemas.

Es un poder enorme que hay que llenar, cosa difícil de hacer en esta circunstancia, porque el poder que Sheinbaum recibe está muy poblado.

En primer lugar, por el Presidente, quien no deja de actuar, con razón, como el dueño de esta victoria.

En segundo lugar, por parte de gobernadores y legisladores de Morena recién electos, que han obtenido su casilla de poder sin debérsela mucho a la presidenta electa, más bien al Presidente y al partido, y que pueden sentirse más autónomos y valiosos de lo que son.

Eso, sin contar con la parte de su poder que ya no es suyo, sino de los compromisos particulares que hayan adquirido con sus clientelas en el camino.

En tercer lugar, por el mandato enorme, en muchos sentidos delirante, que vino pegado a la transferencia del poder hacia Sheinbaum, y que fue parte de su oferta y ahora ella debe cumplir.

Me refiero a las reformas constitucionales anunciadas por el Presidente el 5 de febrero.

Ya la sola tramitación de una de esas reformas, la judicial, exigida por el Presidente para septiembre, puso muy nerviosos a los mercados y depreció el peso.

La presidenta electa asumió un tono de promesas conciliadoras, propuso consultas y conversaciones con todos los sectores del ámbito judicial, pero el Presidente ya da fechas de cuándo estará esa reforma aprobada, septiembre de 2024.

No sé qué pasará cuando vayan apareciendo para su aprobación en el Congreso las reformas constitucionales pendientes y Sheinbaum tenga que asumir la crítica pública, el desacuerdo interno y la incertidumbre internacional frente a ellas.