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La pandemia ha provocado un sinfín de emociones que habían estado ocultas en cada uno de nosotros, desde las más negativas hasta las más positivas.

El amor, es uno de los efectos que la lejanía y la imposibilidad de estar juntos también ha despertado grandes historias a nuestro alrededor.

Siempre he dicho que los límites propios, solo se terminan conociendo cuando los tienes frente a ti y debes decidir en cuestión de segundos enfrentarlos, porque no se tiene ninguna otra opción.

La fotografía ha sido el mayor recurso utilizado en estos tiempos de encierro para poder comunicar y expresar todo aquello que ni siquiera hemos podido describir ante la marea de circunstancias que se nos han venido encima.

Todos hemos aprendido a fotografiar con nuestros celulares las distintas escenas cotidianas en nuestras casas y cada acción que pareciera que nos libera, la capturamos y la compartimos en redes sociales como una especie de triunfo o trofeo.

Claro está, que no es para menos. Nuestra vida es otra, sigue y seguirá cambiando hasta que aceptemos la enorme vulnerabilidad que tenemos siendo seres humanos.

No todos los fotógrafos se han sensibilizado ante las distintas escenas en las casas, asilos, orfanatos y todos los lugares en donde historias de pareja, de familia y de amistades se han terminado por separar por el virus y eventualmente hasta por la muerte.

Han sido muy pocos los que se han atrevido a cruzar la línea de lo privado para transmitirlo de manera pública, y sobre todo a buscar esas historias que visualmente son unas piezas seductoras para el alma.

Él es Xavier, tiene 90 años y desde que inició la pandemia ha visitado casi todos los días a su esposa de 92 años y que reside en una residencia de adultos mayores que sufren distintas enfermedades, como el Alzheimer.

Con más de 60 años de matrimonio y sobre todo de que él no había dejado de visitarla diariamente desde que ingresó, la pandemia vino a cambiar sus vidas de manera radical.

La residencia para adultos mayores le coloca una silla a las afueras de la ventana para que interactúe con su esposa Carmen, a pesar de la ventana.

Él aprovecha para mostrarle fotos de sus nietos e hijos, para ayudarle a que no olvide del todo a quienes la esperan allá afuera diariamente.

El fotoperiodista Emilio Morenatti ha captado una de las mejores historias de amor de estos tiempos, pero sobre todo ha tenido la sensibilidad para fotografiar y seguir a don Carlos y doña Carmen.

Ante la imposibilidad de hablarse y escucharse, colocan sus manos sobre la ventana para coquetearse y sobre todo, Carlos hace todo para mantenerse en la memoria de su mujer.

La serie de fotografías los muestra como una escena de las que uno cree que ya no existen, que se han perdido con el tiempo y que el propio Covid nos ha desaparecido.

Estas escenas las rescato porque sin duda dejan una ligera esperanza de que también esta pandemia ha evidenciado que existen historias de amor reales, que el desgane y el desinterés no entran en quien busca y decide mantenerse cercano.

Salir a hacer fotoperiodismo a las calles, no siempre tiene que ver con el desorden, el caos y el enojo social, también hay que voltear a ver historias como estas para continuar con la esperanza de que hay mucho que contar.