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México está en el sótano mundial del aprecio a la democracia. Es, según la más reciente encuesta del Pew Research Center, el país donde la gente más quiere un líder autócrata, el culto ciego a un cacique, de un gobernante que no esté restringido por la ley

La medición, realizada en 24 países, muestra que en el resto la democracia sigue siendo el sistema de gobierno preferido por la mayoría, pero en México no: aquí, uno de cada dos ciudadanos apoya la formación de un tirano. Es, cuando menos, grotesco.

Después de México, Kenia es el país donde más creció el apoyo a la autocracia (de 39 por ciento a 52 por ciento). Pero Kenia es de los últimos países en desarrollo humano (lugar 152 en el mundo), y México es el número uno en comercio con Estados Unidos.

De acuerdo con la encuesta, hoy, el 50 por ciento de los mexicanos considera una buena forma de gobernar que exista “un líder fuerte pueda tomar decisiones sin interferencia del Congreso o la Corte Suprema de Justicia”.

En esas está México: un país donde a la mayoría de sus ciudadanos le disgustó la experiencia democrática de 2000 a 2018 y, en cambio, desde 2018 prefiere vivir en un gobierno casi sin contrapesos, con un líder despótico, que no respeta ningún límite.

México parece sacado de las páginas del libro Cómo mueren las democracias (Editorial Ariel, 2018), que muestra cómo las democracias se derrumban no con golpes violentos, sino a través de un deslizamiento gradual hacia el autoritarismo.

Steven Levitsky y Daniel Ziblatt lo escribieron para analizar si la democracia de Estados Unidos por un delincuente electoral como Donald Trump. Sin embargo, retrata más la realidad política de México en estos momentos, que la de Estados Unidos.

Los autores revelan la fragilidad incluso de las democracias más sanas, como se suponía que era de estadounidense y advierten a los políticos moderados que creen que pueden cooperar con los autócratas, sin llegar a quemarse.

“Algunos de esos dirigentes desmantelan la democracia a toda prisa”, escriben, y ponen de ejemplo la manera en la que Hugo Chávez implantó una dictadura en Venezuela, clamando contra lo que describía como una élite gobernante corrupta.

Recuerdan cómo Chávez prometió construir una democracia más “auténtica” empatizando hábilmente con la ira de los venezolanos de a pie, muchos de los cuales se sentían ignorados o maltratados por los partidos políticos establecidos.

Su gran enseñanza es que, hoy, los derrumbes de la democracia no los provocan generales y soldados con sus tanques, sino por los propios gobiernos electos. Como ocurre hoy en México, con la aprobación de la mitad del país.

Es inquietante.

(Canela Fina toma unos días y vuelve a publicarse el 21 de marzo)