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La solución a la crisis del deporte olímpico mexicano no pasa por darles más dinero a los atletas olímpicos. La clavadista Paola 
Espinosa recibió apoyos del Gobierno por 2.6 millones de pesos para su participación en Río. Para la arquera Aída Román, los apoyos fueron de 2.2 millones y para el gimnasta Daniel Corral totalizaron 1.2 millones.

Estos montos no incluyen los patrocinios privados y son similares o superiores a lo que reciben atletas de otros países. En Gran Bretaña, el apoyo anual para cada atleta se sitúa en un rango que va desde los 20,000 a los 37,000 dólares anuales. En Canadá, el gobierno ofrece un promedio de 1,500 dólares mensuales y en Estados Unidos, el apoyo gubernamental vale cero.

Desde la década de los 70, la mayor potencia deportiva del planeta decidió que el Gobierno se abstendría de gastar en el apoyo a atletas. Ésa se convirtió en tarea del sector privado, de las asociaciones y de los propios atletas. Las federaciones de cada deporte se encargan de organizar su estrategia de procura de fondos. Cada una define cuánto otorga a un atleta. Los nadadores son tradicionalmente los mejor fondeados por su federación. Un promedio de 42,000 dólares anuales.

El hecho de que Michael Phelps reciba patrocinios anuales por 12 millones de dólares oscurece el hecho de que una cuarta parte de los atletas olímpicos de Estados Unidos no recibe recursos para pagar la totalidad de su preparación. El país más ganador de medallas en la historia tiene en su delegación un contingente de amateurs, gente que paga por competir. La levantadora de pesas, Sarah 
Robles, financió su sueño olímpico con donaciones de 400 dólares mensuales y cupones de comida. Mira Abbott, una ciclista, dio clases de yoga y escribió artículos en un periódico local, para completar su ingreso mientras se preparaba para ir a Río. Emil Milev, un especialista en tiro que ha participado en cuatro Olimpiadas, es profesor de bachillerato y de sus ingresos como docente obtiene recursos para pagar todo lo que necesita para practicar su deporte.

¿Todo lo anterior quiere decir que el dinero no cuenta? Por supuesto que no. El dinero gastado cuenta, pero lo más importante es ver qué tan eficiente ha sido el ejercicio del gasto. No se necesita una bola de cristal para adivinar que el ejercicio del presupuesto deportivo en México tiene los mismos defectos que el ejercicio de otros presupuestos en nuestro país. Hay favoritismos, negligencia, desatención al detalle e interrupción de programas que deberían ser de largo plazo. Lo hay en el deporte, como lo hay en decenas de rubros de nuestra vida pública. Lo bueno (y lo malo) de las Olimpiadas es que son despiadadas a la hora de separar el éxito o el fracaso.

No busquemos chivos expiatorios en Río. Revisemos las cuentas de la Conade y las federaciones. Tratemos de conducir una discusión más productiva: ¿tenemos los entrenadores y las instalaciones que necesitan nuestros atletas? ¿Contamos con un sistema que funcione, donde la medicina, la psicología y otras ciencias apoyen a nuestros atletas?

Las derrotas en Río son terribles porque validan un discurso que insiste en que los mexicanos no somos capaces de hacer cosas grandes. Una mala actuación en una competencia deportiva tiene un efecto aura en la autoestima nacional. Río es un fracaso porque está siendo incapaz de entregarnos héroes deportivos nacionales, roles o modelos mexicanos que nos inspiren con su ejemplo.

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