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El domingo concluyeron los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro y con ello llega la inevitable resaca financiera.

Aunque el consenso es que Río de Janeiro fue una sede exitosa, superando ampliamente las bajas expectativas que se tenían previamente, la evaluación del impacto económico de los juegos requiere de un análisis mucho más profundo.

En un estudio publicado por PriceWaterhouse en el 2004 se hace una importante distinción entre el impacto financiero de los juegos —que normalmente se limita a las finanzas públicas de la ciudad sede— y el impacto económico que trasciende a temas de turismo, empleo e infraestructura. Asimismo, el análisis de PriceWaterhouse identifica que los costos y beneficios económicos deben medirse en tres etapas: previo, durante y posterior a los juegos.

Previo, las ciudades sede normalmente hacen una gran inversión en infraestructura incluyendo la construcción, ampliación o remodelación de sedes deportivas, vivienda, hoteles, medios de transporte y vías de comunicación. Esta gran inversión típicamente pone en serios aprietos financieros a las ciudades anfitrionas, pero se realiza bajo la justificación de que las obras, además de crear miles de empleos durante su construcción, tendrán beneficios económicos y duraderos.

Asimismo, durante los juegos la celebración trae una derrama económica positiva derivada de la llegada de miles de visitantes a la ciudad sede. Por otro lado, la celebración de los juegos implica la creación de miles de empleos, aunque vale la pena destacar que la mayoría es de carácter temporal y, en muchos casos, se usan voluntarios sin remuneración. Aunque buena parte del gasto e inversión se hacen previo a la justa olímpica, durante la celebración también hay costos que son difíciles de cuantificar como el impacto en la facilidad de movimiento dentro de la ciudad y una disminución en la productividad laboral.

Finalmente, en la etapa posterior a los juegos PriceWaterhouse identifica como posibles beneficios un incremento en el turismo —consecuencia de la fuerte promoción hecha a la ciudad a nivel global durante la competencia— y la regeneración urbana de ciertos sectores de la ciudad, consecuencia de las obras de infraestructura relacionadas con los juegos.

Desde el punto de vista financiero, la gran mayoría de las justas olímpicas de los últimos 40 años ha tenido un impacto muy negativo.

De acuerdo con un artículo publicado por el Financial Times con datos de los economistas Robert Baade y Victor Matheson, el costo de realizar unos Juegos Olímpicos es de al menos 10,000 millones de dólares (aunque hay casos como Beijing 2008 en los que el costo ascendió a 45,000 millones de dólares), mientras que los ingresos directos difícilmente superan 8,000 millones.

Con excepción de Los Ángeles en 1984, donde se aprovechó infraestructura existente, y Barcelona en 1992, cuando la ciudad realmente se posicionó como un destino turístico hacia adelante, en el resto de las ciudades sedes el resultado, en menor o mayor medida, ha sido negativo tanto en términos financieros como económicos.

En el caso de Río, los juegos han sido un desastre financiero, la ciudad está quebrada y requerirá un rescate de parte de la Federación. Aunque todavía es prematuro llegar a una conclusión de la rentabilidad de estos juegos desde el punto de vista económico, todo indica que el balance también será negativo.

La mayor parte de la inversión en infraestructura se concentró en obras y zonas que no son transformacionales para la ciudad y donde el impacto social no es alto. Asimismo, los juegos difícilmente traerán un nuevo boom turístico para Río, que ya era un gran destino internacional desde antes. Aunque los juegos han sido motivo de orgullo para Río y los brasileños, su costo tendrá una resaca de proporciones olímpicas.