La explicación técnica del 7-0 que le propinó la selección de Chile a la mexicana la escuché de Manuel Lapuente, la misma noche de la derrota: el técnico Osorio salió con una media cancha débil y con un cuadro que no había jugado junto nunca en las últimas semanas. Osorio midió mal la fortaleza de … Continued
La explicación técnica del 7-0 que le propinó la selección de Chile a la mexicana la escuché de Manuel Lapuente, la misma noche de la derrota: el técnico Osorio salió con una media cancha débil y con un cuadro que no había jugado junto nunca en las últimas semanas.
Osorio midió mal la fortaleza de la defensa y la media cancha chilena y salió con tres delanteros en lugar de con cuatro medios. Y cuando fue evidente que el esquema no funcionaba, en lugar de corregir lo repitió metiendo otros dos delanteros en vez de dos medios de contención.
Osorio pecó de soberbia, desestimó las fortalezas chilenas dos veces: con su alineación del primer tiempo y con su alineación del segundo.
La explicación histórica de lo que pasó la ha tenido siempre en la boca el poeta Luis Miguel Aguilar, futbolatti si alguno, y responsable de mi adicción dichosa y villamelona, siempre esperanzada, a la Selección Mexicana.
Nada teme tanto Luis Miguel Aguilar en un entrenador como lo que él llama “las ideotas” creativas: el ánimo de experimentar estrambóticamente, con alineaciones sorprendentes, jugadores fuera de su posición habitual y estrategias inesperadas.
Resultado frecuente: en vez de hacer jugar bien al equipo que tiene, el entrenador inventa sobre la marcha un equipo que no tiene y todos acaban sin saber a qué juegan.
Ahora, a mí lo que me parece increíble es que luego de un fracaso como el 7-0 contra Chile, el entrenador no venga al público con su renuncia en la mano. Y que nadie se la pida ipso facto como un mínimo paliativo al humor social que deja su fracaso.
Acaso una de las razones de que vivamos en el país del “mal humor social”, es que aquí nadie importante renuncia por el hecho de rendir malas cuentas.
Una renuncia a tiempo por malos resultados mejora el ánimo público y hasta la imagen del renunciante, quien queda marcado por su fracaso, pero no por el cinismo de seguir como si nada hubiera pasado. En medio del fracaso, queda el gesto de dar la cara.
Parece haberlo entendido así el hasta ayer presidente del PRI, Manlio Fabio Beltrones:
Renuncia, que algo queda.