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El aumento que ha tenido el precio del petróleo y de sus derivados necesariamente genera consecuencias económicas.

Todo depende de quién tiene que cargar con esos incrementos que no están bajo el control de las autoridades financieras de países como México o Estados Unidos.

Si se trata de una economía abierta como la de Estados Unidos, el impacto va directo a los consumidores. Hoy mismo veremos en el Índice de Precios al Consumidor de agosto pasado un incremento, que frenaría momentáneamente la desinflación, derivado de los aumentos en los precios de las gasolinas.

Y en economías como la mexicana, en donde el gobierno federal interviene en el mercado de los energéticos, lo que tendremos como consecuencia de los aumentos en los precios de las gasolinas es un incremento de los subsidios y un deterioro de la salud fiscal.

No es buena noticia para nadie que suban los precios de los energéticos, pero sí es un fenómeno inevitable que afecta en el ritmo de la recuperación económica y en los procesos de desinflación, lo mejor es asumir ese aumento de la mejor manera posible.

Lo mejor en economías de mercado es que esos incrementos en los precios de las gasolinas los asuman los propios consumidores y no que se convierta en una carga más para las finanzas públicas y menos en un país con los niveles de pobreza que tiene México.

Es un hecho que el dato inflacionario de hoy de Estados Unidos podría decepcionar a los mercados porque anticipará que la Reserva Federal, efectivamente, no ha terminado de actuar en el lado restrictivo de su política monetaria.

La reacción va a depender mucho del comportamiento de la inflación subyacente y de la comprensión que tenga el mercado de la temporalidad de los aumentos, pero de que una inflación más alta por los aumentos en los combustibles no va a gustar esta mañana, es un hecho.

El proceso de desinflación en Estados Unidos parecería pausarse con este dato. Sin embargo, no desvía las intenciones de la Fed de mantener una ruta intransigente hasta su meta de 2% de inflación.

Lo que parece más preocupante es que en México el aumento en los precios de las gasolinas implica una presión adicional para las finanzas públicas, porque políticamente se ha decidido que una forma de mantener contentas a las clases medias y altas es con este descomunal traspaso de recursos a los automovilistas.

Ya conocimos el Paquete Económico para el 2024 y la manera arriesgada como se acerca a los límites de la prudencia fiscal, una carga adicional con un subsidio regresivo hará que los mercados se preocupen y no precisamente porque el Banco de México pudiera subir la tasa de interés, sino porque las calificadoras pudieran bajar la nota crediticia.

No han sido montos pequeños los que han transferido, desde la Secretaría de Hacienda, a los consumidores de gasolinas, son inexplicables en un país donde la población más pobre ha mostrado carencias mayores que en sexenios pasados, son recursos con evidentes fines electorales.

Pero más allá de ese manejo politiquero, está el riesgo financiero para una economía que va camino a un descarado gasto electoral que ya genera alertas sobre la salud de las finanzas públicas.