La reforma energética aprobada el año pasado está a punto de ser concretada con la aprobación de un amplio paquete de leyes secundarias que se discuten en el congreso. Será en algún día de este verano cuando el presidente Enrique Peña Nieto promulgue en un evento de gran difusión el paquete completo que dará el … Continued
La reforma energética aprobada el año pasado está a punto de ser concretada con la aprobación de un amplio paquete de leyes secundarias que se discuten en el congreso.
Será en algún día de este verano cuando el presidente Enrique Peña Nieto promulgue en un evento de gran difusión el paquete completo que dará el banderazo de salida a uno de los cambios más significativos de los que tengamos memoria en este país.
Será un momento de catarsis política, porque el gobierno federal habrá logrado impulsar el cambio más importante del sexenio y, sin temor a equivocarme, de muchas décadas.
Ya se ve venir, pues, un evento repleto de invitados y aplausos a la figura presidencial que seguramente se mostrará complacida por su éxito político.
Del otro lado, en las filas opositoras, tienen claro que el cambio es tan profundo, tan radical para la vida del país, que podría acabar con la buena vida que ha dejado explotar el dogma petrolero durante todos estos años.
Con el desmantelamiento del mito petrolero se puede desfundar la izquierda a la mexicana y se podría romper el último hilo que mantiene la unidad entre los caciques y sus partidos políticos.
La izquierda está en pleno proceso de ruptura política tras el fratricidio de López Obrador y la creación de su propio partido político, por eso es que no han recurrido todavía a la ruta de la movilización callejera para intentar descarrilar la discusión de las leyes secundarias en materia energética.
La apuesta es por una consulta popular que, aunque carezca de sustento legal, les permitirá mantener viva la llama de la letanía de adoración a las acciones del pasado, como la expropiación petrolera.
Tienen una clientela inamovible que responderá de acuerdo con el guión, pero corren también el riesgo de que la reforma energética realmente funcione y entonces se cumpla la promesa de que bajen los precios de la energía eléctrica o el gas.
El éxito o el fracaso político de la reforma energética no estarán determinados por la reacción financiera que seguramente será positiva ante la apertura. El aval al gobierno federal, a su partido, el PRI, y al PAN vendrá en la medida en que se aprecien los resultados tangibles al bolsillo de los consumidores.
Cualquier beneficio directo tardará algún tiempo en sentirse en el bolsillo, mientras que los usos de oposición política obtienen la ventaja de inmediato.
En contra de los grupos de izquierda corre el hecho de ser un asunto ya desgastado con los años. La reforma energética se ha retrasado por muchos años, en buena medida por las acciones de la izquierda y hay una conciencia general de que la industria energética como está ya no funciona.
Pero también es cierto que se convertirá en una carrera entre los opositores y los beneficios.
En el momento en que el recibo de la luz de las familias muestre las ventajas de la reforma energética, se acabará el discurso ensalzador del Tata Cárdenas y la izquierda tendrá entonces que elegir nuevos pendones para mantener su estilo de vender su oferta política.