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Desde la Gran Depresión de 1929, la economía estadounidense ha experimentado una recesión cada cuatro años en promedio. A partir de la conclusión de la Segunda Guerra Mundial en 1945, las recesiones han ocurrido cada cinco años en promedio. El ciclo de expansión económica más largo desde la Gran Depresión duró 10 años, comenzando en marzo de 1991 y concluyendo en marzo del 2001.

Las recesiones que precedieron y siguieron a este gran ciclo de expansión fueron relativamente cortas y poco profundas —ambas recesiones duraron menos de tres trimestres y la contracción promedió menos de 1% del PIB—. La expansión actual que comenzó en julio del 2009 está por cumplir siete años, convirtiéndose en el segundo periodo de expansión más largo de los últimos 90 años. Aunque durante el 2011 y el 2012 hubo conatos de recesión, todo quedó en una desaceleración temporal.

El terrible comienzo del año para los mercados financieros, la debilidad en algunos indicadores y el hecho de que la actual recuperación económica en Estados Unidos ha sido de las más duraderas han incrementado los temores de una posible recesión en este 2016. La contracción de la actividad industrial, el ajuste en los mercados accionarios y la falta de crecimiento en las utilidades de las empresas son condiciones que históricamente han precedido a todas las recesiones desde la posguerra.

Estas tres condiciones se han manifestado marcadamente en los últimos meses, pero sería apresurado concluir que presagian una recesión. Es cierto que el entorno internacional se ha deteriorado y que la probabilidad de que un choque externo genere una recesión en Estados Unidos se ha incrementado. Si bien es cierto que la actividad industrial lleva varios meses con cifras negativas, la debilidad está principalmente focalizada en el sector energético y en las exportaciones, como consecuencias de la caída en el precio del petróleo y la fortaleza del dólar.

Asimismo, la debilidad en el crecimiento de las utilidades de las empresas que conforman los principales índices accionarios de Estados Unidos también se explica principalmente por las fuertes caídas en las empresas del sector energético y por el impacto negativo de la apreciación del dólar en las grandes empresas trasnacionales que producen una parte importante de sus utilidades fuera de Estados Unidos. Hasta ahora, la caída en los mercados accionarios no ha tenido un impacto importante en la confianza del consumidor, aunque un ajuste más fuerte podría llegar a crear un impacto negativo en la riqueza.

Sin embargo, hay varios indicadores relevantes que no tienen un comportamiento consistente con la antesala de una recesión. Dentro de los más importantes están las cifras de consumo, donde la caída de los precios del petróleo y la apreciación del dólar han aumentado el poder adquisitivo de los consumidores. Esta situación, en conjunto con la fuerte creación de empleo y el comienzo de la recuperación de los salarios reales, ha contribuido a que el consumo mantenga un robusto desempeño. Vale la pena recordar que el consumo representa casi 70% del PIB en Estados Unidos.

Aunque los riesgos de recesión han aumentado, este aumento está más estrechamente ligado a la creciente probabilidad de un choque externo que a factores domésticos. Si China evita un aterrizaje forzoso de su economía y/o una depreciación brusca del yuan, la economía estadounidense debería seguir creciendo a un ritmo saludable o, en el peor de los casos, experimentar una desaceleración temporal. Aunque la expansión actual ha sido duradera, también ha sido mucho menos vigorosa que otras, por lo que es probable que todavía le queden un par de años.