México alimenta la ilusión de que la candidata demócrata será buena para el país. Nos estamos autoengañando; nos esperan cuatro años muy difíciles. Donald Trump es tan malo para México que, por contraste, Hillary nos parece positiva. El candidato republicano es tan agresivo contra nuestro país que a la señora Clinton le basta con callar … Continued
México alimenta la ilusión de que la candidata demócrata será buena para el país. Nos estamos autoengañando; nos esperan cuatro años muy difíciles.
Donald Trump es tan malo para México que, por contraste, Hillary nos parece positiva. El candidato republicano es tan agresivo contra nuestro país que a la señora Clinton le basta con callar para ayudarnos a alimentar la ilusión de que ella será buena para México. Nos estamos autoengañando. La verdad es dura, pero hay que afrontarla: si se cumplen los pronósticos, con la señora Clinton en la Casa Blanca nos esperan cuatro años muy difíciles.
El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) esta en riesgo. Hillary Clinton no es una admiradora del acuerdo. Ella ha guardado silencio cada vez que Donald Trump ha dicho barbaridades respecto al acuerdo comercial. Clinton se ha preocupado por argumentar, para marcar distancia, en asuntos como Rusia, Siria o ISIS, pero no ha dicho nada para contrarrestar argumentos bobos contra el TLCAN, del tipo “es el peor acuerdo comercial que se ha firmado, no sólo en Estados Unidos, sino en cualquier parte del mundo… ha sido pésimo para Estados Unidos, nos esta empobreciendo”.
¿Han visto los debates? En ninguno de los tres, Clinton ha expresado su opinión sobre el TLCAN. Es más: no ha expresado su visión sobre la región económica de Norteamérica, ese lugar mitológico en el que los funcionarios y empresarios mexicanos siguen creyendo e invirtiendo. El tratado de libre comercio pretendía construir una zona con capacidad para competir con otras regiones, logrando la combinación de capital, tecnología y una gama impresionante de costos laborales de producción. De este modo ha venido funcionando durante tres décadas.
El desarrollo de esta región ha sido clave, entre otras cosas, para la reestructura exitosa de la industria automotriz. Trump se queja de los empleos de Ford (GM o Chrysler) que se han trasladado a México, pero no dice que sin el traslado de los procesos a México, muchas de las plantas de Estados Unidos no serían viables. En vez de estar hablando del traslado de empleos a México, la historia se centraría en la inviabilidad de los grandes fabricantes de Estados Unidos, para competir contra los gigantes de Asia o Europa (que han utilizado a Europa del Este para bajar sus costos de mano de obra).
¿Qué plan tiene Hillary para México? Ésta es una de las grandes incógnitas a despejar en las próximas semanas. Olvídense de su molestia con el presidente Enrique Peña Nieto. Mejor dicho, pónganla en perspectiva. La relación bilateral va mucho más allá de la relación interpersonal de los presidentes, pero Clinton no ha expresado su visión. Esto debería ser suficiente para generar nerviosismo en México, pero estamos en una etapa de negación. Su actitud más generosa se expresa en el compromiso de una reforma migratoria en los primeros 100 días de su gobierno. Esto es una magnifica noticia para una parte de los 11 millones de mexicanos que viven en Estados unidos y para las familias que viven de las remesas que ellos envían. En lo macroeconómico, esas remesas son una cantidad más grande que la Inversión Extranjera Directa que capta México o las divisas que genera la industria turística. Las remesas ya son una fuente de ingresos mayor que las exportaciones de petróleo. No ha explicado en qué consistiría la reforma migratoria, pero el problema es que ésta no depende de la presidenta, sino del Congreso. ¿Debemos seguir soñando con Hillary o despertar de una vez?