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A partir del 20 de enero que la cotización del peso- dólar cerró en 19.59 —el nivel más bajo en los últimos 12 meses— el peso se ha depreciado aproximadamente 9% frente al dólar. Esta depreciación está principalmente explicada por una apreciación del dólar frente a prácticamente todas las monedas del mundo y en especial las de mercados emergentes. Esta apreciación del dólar está estrechamente relacionada con la fuerte alza en las tasas de interés de largo plazo en Estados Unidos.

Entre finales de enero y el cierre de ayer 8 de marzo, la tasa que pagan los bonos del Tesoro a 10 años pasó de 1 a 1.6% mientras que la tasa que pagan los bonos del Tesoro a 30 años subió de 1.8 a 2.3 por ciento. Como analizamos en ediciones recientes de Sin Fronteras, el alza en las tasas de largo plazo en Estados Unidos refleja la expectativa de una recuperación económica más robusta, como producto de la combinación de la aceleración en el despliegue de vacunación y la aprobación del nuevo paquete de estímulos fiscales.

Esta expectativa de mayor crecimiento económico podría contribuir a que la meta de pleno empleo se alcance en un tiempo considerablemente más corto a lo esperado, incrementando la posibilidad de que la Fed comience a normalizar su política monetaria antes de lo previsto.

Esta expectativa genera una migración de flujos desde activos más riesgosos —como los instrumentos de renta fija y variable de mercados emergentes— hacia activos de menor riesgo en mercados desarrollados.

Aunque el dólar se ha fortalecido de manera generalizada —de acuerdo al Trade Weighted US Dollar Index el dólar se apreciado aproximadamente 1.5% entre el 20 de enero y el cierre de la semana pasada— el avance ha sido más marcado con respecto a las monedas de mercados emergentes y en especial el peso mexicano. La apreciación del dólar frente a monedas emergentes, usando como parámetro el Trade Weighted U.S. Dollar Index: Emerging Markets Economies, ha sido de 2.3 por ciento.

Dentro del conjunto de monedas emergentes más importantes del mundo, el real brasileño y el peso mexicano son las de peor desempeño frente al dólar con depreciaciones de 9.6 y 9.0% entre el 20 de enero y 8 de marzo.

Este desempeño se compara con depreciaciones de 4.3% para la lira turca, 4.2% para el rand sudafricano, 4.0% para el won coreano. 3.0% para el baht tailandés, 1.4% para el rublo ruso y 0.6% para la rupia india.

Si añadimos otras monedas latinoamericanas a la comparación como el peso colombiano, sol peruano y peso chileno —con depreciaciones de 4.0, 2.5 y 2.0% respectivamente— el peso mexicano también sale mal parado.

Si bien es cierto que los movimientos en el peso se explican principalmente por factores exógenos, y que dichos movimientos suelen exagerarse por la posición del peso como una de las monedas emergentes más líquidas y fáciles de operar en todo el mundo, queda la impresión de que hay factores domésticos que también están contribuyendo al débil desempeño relativo del peso frente a otras monedas emergentes.

Uno de ellos puede ser la percepción del mercado de que Banxico está adoptando una postura más acomodaticia que llevará a las tasas de interés de corto plazo a niveles más bajos a pesar de que la inflación se podría mantener consistentemente por arriba del objetivo. Otro factor podría ser el continuo deterioro en la situación financiera de Pemex y la falta de una estrategia coherente para darle viabilidad a la empresa.

Finalmente, el más reciente embate contra la inversión privada incluido en la contrarreforma al sector eléctrico se suma a otras decisiones gubernamentales que disminuyen la certeza para inversión privada, tanto extranjera como doméstica.

Aunque el factor más importante detrás de la depreciación del peso ha sido la fuerte alza en las tasas de interés de largo plazo en Estados Unidos, los factores domésticos tampoco abonan al desempeño de nuestra moneda.