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Se necesita un acuerdo político parecido al que se puso en marcha en los ochenta para congelar y pulverizar los salarios mínimos. Similar, pero en sentido contrario.

En diciembre del 2013 el salario mínimo subió 3.9 por ciento. Esto implicó un avance de 0.28% respecto a la inflación oficial para todo el año pasado. A este paso se necesitarían 250 años para restituir al salario mínimo el poder de compra que tenía en 1985. En tres décadas ha perdido 70% de su valor.

¿Qué hacemos con el salario mínimo? La cuestión tiene que ver con 6.7 millones de personas que perciben ese ingreso y con todos los demás mexicanos que convivimos con esto. El salario mínimo son 67.29 pesos en el Distrito Federal y hasta cuatro pesos menos en otras zonas del país. Con esa cantidad no alcanza ni siquiera para comprar un combo de Mc Donalds: hamburguesa, refresco y papas fritas valen 70 pesos.

“No se debe politizar el debate del salario mínimo”, advirtió el subsecretario del Trabajo Rafael Avante, durante la inauguración del Foro convocado por Miguel Ángel Mancera. Tengo la esperanza de que las palabras del subsecretario Avante hayan sido sacadas de contexto. Me resisto a pensar que el funcionario pretenda que el debate de los salarios mínimos sigue siendo un asunto de claustros académicos o un tema dominical, para discutir en familia o después de la homilía, con el sacerdote.

Tengo dudas de que Miguel Ángel Mancera cuente con el músculo político suficiente para llevar el debate sobre el salario mínimo a un terreno fértil. Es elocuente el vacío y/o críticas que le hicieron los organismos empresariales, legisladores y tecnócratas. De cualquier modo, le reconozco un mérito por intentarlo y poner algo de su capital político en este asunto. Se necesita la voluntad presidencial para impulsar un acuerdo político para dar un golpe de timón respecto al minisueldo. Parecido al acuerdo que a mediados de los ochenta se puso en marcha para congelar y pulverizar los salarios mínimos, volverlos un ancla contra la inflación y un argumento de competitividad en los mercados internacionales. Entonces lo decidieron entre políticos, dirigentes sindicales, empresarios y expertos en economía. Necesitamos un acuerdo parecido, pero de signo contrario.

No es un asunto fácil. Estamos atrapados en una inercia donde parece que se debe mantener lo que se ha venido haciendo, aunque el resultado sea grotesco: trabajadores pobres y mercado interno estancado. La productividad es baja y está estancada. ¿Cuánto mejoraría si los trabajadores tuvieran dinero para nutrirse mejor?

No puede subirse el salario mínimo por decreto. Hay riesgos inflacionarios e incluso problemas potenciales para las empresas que pagan bajos salarios porque tienen muy baja productividad. Tampoco podemos dejar que las cosas sigan así: pocas cosas son tan injustas como trabajar 8 horas y que eso no alcance para sobrevivir. De acuerdo a la Cepal somos el único país de la región donde este sueldo queda 33% por debajo de la línea de subsistencia.

Somos el segundo país más rico de América Latina en riqueza absoluta, pero tenemos el salario mínimo más bajo de la región, junto con Haití. El salario mínimo de México es doce veces menor al estadounidense, tres veces menor al chileno y 80% inferior al venezolano.

Necesitamos realismo, imaginación y talento para encontrar solución al dilema del salario mínimo. Es un asunto político, porque se requiere un acuerdo del más alto nivel para romper la inercia. ¿Por qué no le dedicamos una décima parte del tiempo que le damos al futbol o la farándula?

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