Esos fuimos antes y hoy quizá seamos otros. Más cansados, más flacos, más gordos, más solos, más acompañados, pero sobre todo con más ganas de tocar, de sentir, de abrazar, de besar, de gozar al otro
Estoy a dos días de cumplir los cien días de estar en casa, de salir solo a las compras de comida una vez por semana, de aprender a hacer rutinas y cumplirlas, cosa que nunca me ha gustado pero no ha quedado de otra para así llegar a darle ritmo a los días.
Una supuesta cuarentena, que se ha convertido en una centena de días llenos de nuevas normalidades.
La capacidad visual ha crecido, hemos fotografiado hasta el más mínimo detalle por el simple hecho de tener un archivo que nos recuerde cómo no enloquecimos estando en casa, o por la imperiosa necesidad de compartir con “alguien” o muchos “alguien” conocidos o desconocidos a través de las redes sociales para sentirnos menos solos y más acompañados.
Si cerramos los ojos ya tenemos un montón de imágenes propias y ajenas en nuestra mente, cien días son muchísimos, ha sido un poco más de tres meses que los planes cambiaron, que las vacaciones se cancelaron, que las escuelas dejaron de abrir, que se acabaron las ideas al cine, a correr con libertad, a visitar a la familia.
La agencia VII publicó un artículo con fotografías de varios de sus miembros fotógrafos sobre cómo recuerdan su “antes” de entrar a la pandemia y entonces unos publicaron instantes de abrazos, niños jugando, la playa con una pareja tan pegada que transmite el calor de ese día a quien la vea, de la amistad entre los más jóvenes, de la unión familiar, del coqueteo en los bares, de los viajes en el metro sin ningún tipo de distancia, sin algún tipo de cuidado físico con el otro.
Era otra realidad, en verdad.
Si en este momento tomaras tu celular y fueras al carrete de imágenes para ver las últimas imágenes que tomaste antes de aquel día en que decidiste hacerle caso a tu intuición y creíste que lo mejor era quedarse en casa, dejar de lado las actividades comunes y cotidianas para cuidarte y para cuidar a los tuyos.
¿Qué encontraste?
El selfie en el gimnasio, las carcajadas con los amigos, la última ocurrencia de los hijos, la foto del atardecer, la foto en el espejo de ese restaurante al que te gustaba ir a cenar, el beso con tu pareja en el coche, la foto de grupo después de rodar en bici por la carretera.
Como lo llamó la agencia de foto VII: “La memoria del contacto” (The memory of Touch) con las imágenes de Ron Haviv , Jessica Dimmock, Franco Pagetti, Paul Lowe, Alexandra Boulat, el mexicano Héctor Guerrero, Nichole Sobeki, John Stanmeyer, entre otros grandes.
Hagan el ejercicio y así podrán reconocer el valor de una fotografía en sus vidas, sobre todo para quienes no son fotógrafos. La fotografía nos ha acompañado desde niños, y sobre decirlo, pero cada imagen por allí impresa o archivada en una carpeta digital, es un testimonio de lo que vivieron y les causó un “algo” tanto bueno, como malo y que por ello decidieron fotografiarlo.
En lo personal, mis últimas fotos previo a guardarme desde aquel domingo, fue una cena con toda la familia en casa de mis padres, las clases de ballet de mi hija y la marcha del 8 de marzo donde un montón de mujeres, entre ellas mis mejores amigas y sus hijas salimos a marchar por las calles regias.
Esos fuimos antes y hoy quizá seamos otros. Más cansados, más flacos, más gordos, más solos, más acompañados, pero sobre todo con más ganas de tocar, de sentir, de abrazar, de besar, de gozar al otro.
¿A poco no?
Así son las crisis y el aislamiento, para aprender a valorar lo que por un momento dejamos de tener.
Por eso elegí esta imagen de John Stanmeyer para ilustrar este espacio, porque todos desearíamos estar en la playa, cumplir nuestras vacaciones de verano, estar pegaditos a nuestra pareja, sentir la arena en los pies, jugar futbol con los amigos, ponernos el traje de baño, meternos al mar y ver los cuerpos de los demás.
Pero mientras tanto, usted siga tomando fotos para que después vea qué foto era antes y qué foto será después.
