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Hay que entender rápido el tamaño del desafío que plantea la presidencia de Donald Trump no sólo para México sino para el orden mundial.

Hoy se cumple un mes de la llegada del republicano a La Casa Blanca y se ha sentido como un siglo por la cantidad de amenazas que ha proferido en contra de propios y extraños.

Dentro de su país muchos ciudadanos están eufóricos porque hay alguien que les llena la cabeza de lo que quieren escuchar, pero hay muchos otros que hoy han perdido derechos fundamentales, desde aquellos que no son reconocidos en la diversidad sexual, hasta los que padecen los recortes presupuestales en programas de alcance social.

Y ni qué decir de los inmigrantes, incluso aquellos con sus papeles en la mano, que viven todos los días con el terror de ser mancillados por su color de piel, lo que también afecta a los propietarios de muchos negocios que, aunque sean sajones de cuarta generación, hoy no tienen mano de obra suficiente para mantener sus actividades.

Y hacia afuera, ha sido un mes de amenazas bélicas y comerciales, de ruptura con sus aliados y de reuniones con los más impresentables, como Vladimir Putin, autócrata ruso e invasor de una parte de Europa.

Poco puede hacer Ucrania para su defensa, ahora de dos potencias, si no concreta su alianza europea y si esa unión no logra hacer un frente común para defender su territorio, su comercio y su propia identidad democrática.

El poder negociador de México no pasa por agarrar de chivo expiatorio a Google y los nombres que usa en sus plataformas privadas, más bien, tiene que saber explotar una ventaja que tiene este país y que no poseen otros como Ucrania.

Los mejores socios comerciales de México resultan ser ciudadanos, empresarios, inversionistas de Estados Unidos.

En las primeras dos décadas de este siglo, porque las inversiones son de largo plazo, los capitales estadounidenses invertidos en México alcanzaban los 300,000 millones de dólares, prácticamente la mitad de la Inversión Extranjera Directa en este país.

Y de esos recursos 52 de cada 100 dólares se destinaron al sector manufacturero, la mitad de la inversión acumulada en el sector automotriz es de Estados Unidos. Ahí están los aliados.

Pero a esos asociados no se les puede alentar con discursos patrioteros matutinos, se les convence con las garantías de que México se mantiene como un socio confiable.

Pero si se encuentran con un país con finanzas desequilibradas, con la destrucción del Poder Judicial, con un sector energético estatizado y con capacidades insuficientes, con la destrucción de las autonomías, con la confiscación de las cuentas individuales de vivienda, vamos, hasta con pretendidos precios oficiales de la gasolina, pues no hay manera de que le echen porras a esta economía.

Donald Trump puede realmente provocar hechos históricos sin precedentes, no precisamente buenos, y la única respuesta que se puede tener ante tales problemas globales es aplicar soluciones locales.

México debe recomponer su economía, reestablecer instituciones sólidas, con garantías jurídicas para los inversionistas. Así se puede resistir mejor e incluso sacar una ventaja desde esa única presión interna en Estados Unidos que puede limitar un poco a Donald Trump.