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Menudo jaleo ha armado el presidente Andrés Manuel López Obrador con las cartas enviadas al Rey de España, Felipe VI, y al Papa Francisco, con el fin de que pidan perdón a los pueblos originarios de México por los abusos y agravios cometidos durante la Conquista.

Obviamente la reclamación fue dirigida a las instituciones de las que ambos personajes son los máximos jerarcas: La Corona de España y el Vaticano. Éste ya ha manifestado, a través de tres pontífices —Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco—, su pesadumbre por las ofensas de la Iglesia Católica y por los crímenes cometidos contra los pueblos originarios de América. (Puras palabras que el viento se llevó; no hay nada por escrito. También Francisco, el más humilde y empático de los mencionados, ha pedido perdón por los curas pederastas y eso no ha obstado para que cesen los ataques de los ensotanados —ensatanados— hacia los infantes).

Bien, con la Iglesia Católica ya fue todo —por hoy. Ahora vamos con España o mejor dicho con el Gobierno de España que fue la instancia que contestó la epístola dirigida a Felipe VI. Entre otras cosas argumentó: “La llegada, hace quinientos años, de los españoles a tierras mexicanas —que todavía no tenían tal gentilicio, digo yo— no puede juzgarse a la luz de consideraciones contemporáneas”. El ministro del Exterior español, Josep Borrell, desde Buenos Aires, donde se encuentra acompañando a los reyes Felipe y Leticia en su visita a la Argentina, reiteró su rechazo a la misiva.

Los partidos políticos españoles Partido Popular (PP), Ciudadanos y Vox criticaron con severidad la petición del presidente mexicano. Sólo la institución partidista Podemos se solidarizó con “el digno presidente mexicano”.

El que pergeña lo que usted lee quiere pensar que la intención de López Obrador es más simbólica de cara a los 500 años de la Conquista de México y 200 de la confirmación de la Independencia, que una declaración de enemistad como algunos —de aquí y de allá— de manera distorsionada la han querido ver. Nuestro Primer Mandatario desea una constancia de reconocimiento de la Casa Real de España por los daños y vejaciones ejecutadas por sus ancestros.

El escribidor declara tener sangre española al ciento por ciento. Mis padres llegaron a México, gracias al general Lázaro Cárdenas, hace ochenta años al terminar la Guerra Civil en su país; ellos nos inculcaron, a mis hermanas, a mis hermanos y a mí, respeto y gran amor por la patria que los cobijó y en la que nacimos cinco de los siete hermanos que fuimos; pero nunca nos imbuyeron ningún sentimiento de culpa por lo que sucedió durante la Conquista de lo que posteriormente se llamaría México. No creo que haya español alguno en la faz de la tierra que se sienta responsable de lo ocurrido en la primera cuarta parte del siglo XVI. Vamos, ni Paco Ignacio Taibo II que es un estudioso de la historia de nuestro país. Tampoco España, como nación, se siente causante de lo acontecido hace cinco siglos. Ya no digamos la Corona de España, la cual debería pedir perdón… pero a los españoles por vivir a todo lujo a costillas de ellos.

En mi fábrica casera de hipótesis hemos elaborado la siguiente al respecto: lo que AMLO pretende es ir recibiendo perdón por las ofensas y recobrando los saqueos que ha sufrido el país desde antes de serlo. Es decir, desde la toma de la Gran Tenochtitlan hasta nuestros días. Posteriormente a la intención de que España pida perdón, seguirá la solicitud de que Francia restituya lo que se llevó en la primera intervención francesa en México, también conocida como la Guerra de los Pasteles. En esa ocasión —1838— los galos nos birlaron 800 mil viejos, viejos, viejos pesos que al cambio actual y con los intereses que cobran los banqueros españoles en México —ya se les llamará a cuentas dentro de cinco siglos— es mucho dinero, suficiente para dar un buen abono de la deuda externa.

Enseguida reclamará a Estados Unidos el haberse quedado con más de la mitad de nuestro territorio y por la invasión que propició la guerra (1846-48). Tocará, otra vez, a Francia el reclamo por la segunda invasión a nuestra nación en los años 1862-67. Tendrán que pagar por los gastos dispendiosos que hicieron Maximiliano y Carlota; también remunerar los modestos viáticos del Presidente Benito Juárez en su largo peregrinar por la república. Otra vez impugnará a los gringos por la ocupación de Veracruz en 1914 y por la expedición punitiva del general Pershing, en 1916, en busca de Francisco Villa.

Tal vez, si ve la oportunidad, sin causar muchas molestias y sin violentar las relaciones con nuestro vecino del Norte, también protestaría —condicional simple— por el maltrato al que son sometidos nuestros connacionales en Estados Unidos.

Y así seguiría hasta lo que sucedió hace un año, no menos cinco: la corrupción y el saqueo por parte de políticos y líderes sindicales depredadores encabezados por Enrique Peña. De ahí el título de mi columna. Lo malo es que tal vez cuando llegue el turno de demandar a los recientes saqueadores ya hayan prescrito sus delitos o terminado el sexenio.

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