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Al final de cuentas, el famoso financiero global Agustín Carstens es un afamado profesor universitario, que gusta de las metáforas para que sus alumnos entiendan muy bien la complejidad de la economía.

Por eso es que no puede renunciar a las parábolas para ejemplificar las condiciones financieras del momento. Algunas son atinadas, como el bache económico que describió durante el 2013 y que, claramente, eso fue.

Otras son más recordadas por la subestimación del diagnóstico, como el catarrito que previó para México cuando iniciaba la gran recesión mundial, con epicentro en Estados Unidos. Fue un impacto largo y profundo como para que haya sido un catarrito. Aunque tampoco fue una pulmonía que mandara al paciente a terapia intensiva. Pero gripita no fue.

Ahora el gobernador del Banco de México se nos pone marinero y desde el puente de mando monetario hace saber a la tripulación y a los pasajeros que estamos navegando en un mundo con aguas picadas y que eso hace que el barco se mueva un poco.

Claro que la tormenta financiera es externa, pero evitar que el casco de este barco económico cruja y pudiera, eventualmente, partirse es un asunto meramente interno.

Uno de los secretos de que la percepción de la tormenta sea menor, por ejemplo, en la inflación o en el crecimiento económico, es que la embarcación con la que ahora navegamos las aguas globales es mucho más grande que en otros tiempos. El casco está reforzado con las reservas internacionales, la autonomía del banco central y la información económica transparente y oportuna.

Hay un cierto desgaste en el blindaje que aportan las finanzas públicas sanas. Hay que ver cómo el acero de la deuda baja con respecto al Producto Interno Bruto y el equilibrio fiscal se ha rebajado por la manera en que la tripulación fiscal se ha recargado en él para sustentar el crecimiento.

A pesar de que tengamos hoy una embarcación mayor a la que teníamos en los años 80, es inevitable que dependamos de una nave nodriza que avanza todo el tiempo frente a nosotros.

Si seguimos igual de marineros, tenemos como guía a un enorme portaaviones con bandera estadounidense, mientras que en los flancos y unas cuantas millas náuticas atrás, vienen pequeños acorazados emergentes, entre ellos el mexicano.

Por eso es que hasta hoy no ha habido ninguna decisión de política monetaria, ni en materia de tasas de interés ni tampoco en materia de uso de las reservas internacionales, hasta que no llegó la señal del buque nodriza que dejó sonar el silbato de su Reserva Federal.

Ahora que ya sabemos que no subieron las tasas y que los banqueros centrales estadounidenses nuevamente se muestran preocupados por la condición financiera del mundo, hay que esperar mañana señales de la Comisión de Cambios para ver si mueven sus subastas hacia babor o estribor.

La ventaja de ver la condición actual como una tormenta que mueve las aguas es que hay la tecnología suficiente para llevar la nave hacia un destino más seguro, hay rutas alternativas que se marcan en los radares doppler y el sonar impide un choque contra las rocas marinas.

Debemos confiar en que desde el puente de mando financiero del país sabrán cómo identificar las debilidades del casco y cómo darle la vuelta a la tormenta mundial.

Es por el bien de la estabilidad económica del país que debemos sortear la tormenta. Porque ya que andamos tan marineros, hay que recordar aquel dicho británico: “para aprender a rezar, no hay como viajar por mar”.