Elecciones 2024
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Resulta que mi columna del martes en la que usé en un epigrama dedicado al presidente el sustantivo nalgas provocó enojo en dos buenos amigos que me hablaron para hacérmelo saber. La llamada de atención de cada uno fue por distintos motivos. Uno me dijo que todo mi texto, con la inclusión del epigrama, contribuía a la polarización política del país. Al otro amigo le escandalizó el que yo haya mancillado el honor presidencial y la impoluta página del periódico al atreverme a escribir la palabra nalgas. Tal parece, le dije, que no has escuchado una conversación entre unas adolescentes de tercero de secundaria, ya no digamos los comunicados de El Marro.

En mi defensa diré que nalgas no es mala palabra. Nalga, en singular, según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, significa: “Cada una de las dos porciones carnosas y redondeadas situadas entre el final de la columna vertebral y el comienzo de los muslos”. Así tenemos que el diminutivo del plural es nalguitas, el aumentativo nalgotas, el superlativo nalgotototas. Nalgas es una buena palabra, en ocasiones buenísima. Mala y peligrosa la palabra mano, o, ¿cuándo se ha sabido de alguien que asalte un banco con una pistola en las nalgas?

En cuanto al tema de la polarización política de la sociedad mexicana estoy consciente de su inconveniencia y lo nocivo que puede resultar el que los ciudadanos mexicanos estemos divididos en dos extremos, por lo tanto niego, categóricamente, que mi escrito de anteayer haya sido redactado con la intención de apoyar esta discordia. No creo que manifestar mi opinión sobre el inoportuno viaje de AMLO a Washington abone a la discrepancia.

Por el contrario, me gustaría opinar sobre este fenómeno divisorio que estamos viviendo al cual me opongo ya que dificulta los consensos necesarios para hacer frente a las necesidades apremiantes que tiene nuestro país.

En la medida que avanza el sexenio del presidente López Obrador, se hace más ancha la grieta que nos divide de manera maniquea: De un lado los buenos y del otro los malos. Pero, ¿quién es quién? No quiero contribuir a ella tomando partido por alguna de las dos facciones que están contrapuestas.

Hasta donde puedo ser objetivo diré que el presidente debería gobernar para todos y no contribuir a la polarización al señalar de manera, a veces burlona, a veces grosera, a la oposición, sea ésta política o empresarial; y a satanizar a los medios y a los periodistas con los que no está de acuerdo. Califica de adversarios, conservadores, neoliberales a quienes se atreven a disentir; prensa fifi llamó a los periódicos que, en su concepto, no apoyan su política liberal. Enarbolando un nacionalismo de la época de Echeverría ha desalentado la inversión extranjera.

También es cierto que hay un amplio grupo de dueños del dinero que con el triunfo electoral de López Obrador perdieron una serie de privilegios, la evasión de impuestos, por ejemplo. Este grupo, algunos de cuyos miembros se han declarado, hipócritamente, amigos del tabasqueño, no han contribuido al fortalecimiento de la economía; por el contrario han sacado dinero del país. A través de medios y periodistas afines, no cesan de criticar las medidas que propone o ejecuta el Mandatario y magnifican sus errores y actos de autoritarismo –que los comete. Recurre a las fake news y a la burla a través de las redes sociales. Su anhelo es derrocar a un gobierno democráticamente electo. Sus manifestaciones en automóviles son ridículas, si éstas fueran caminando no reunirían ni mil personas.

Aunque sé que mi parecer para ninguno de los dos extremos en disputa es importante, opino que ambos han contribuido en la medida de su poder y fuerza a esta división que ya tiene un perdedor: México.

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México, lugar donde si le das paso a un peatón, como método de agradecimiento finge correr.