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La Convención Republicana evidenció la polarización en la política estadounidense. El repudio al adversario se hizo patente. Los discursos que generaron más entusiasmo entre los republicanos fueron aquellos que con mayor vehemencia denostaron a Hillary Clinton. Tal como lo muestran las encuestas de la American National Election y del Pew Center, la hostilidad y la antipatía en ambos bandos van al alza.

Según el Pew Center, entre 2004 y 2015, los republicanos se volvieron más conservadores y los demócratas más liberales. Ambos se corrieron hacia los extremos. Los moderados, aquellos republicanos y demócratas que comparten algunos valores políticos y actitudes, ahora representan 38 por ciento. En 2004 eran casi la mitad (49 por ciento). El votante promedio que definía las elecciones, aquel al que aludía Downs (1957) en su teoría económica de la democracia, ha perdido peso.

Lo peor es que el rechazo hacia el adversario no es exclusivo de los políticos, se manifiesta en toda la sociedad. Una encuesta reciente de AP señala que 48 por ciento de los estadunidenses sentiría coraje y 52 por ciento tendría miedo si Trump gana la elección. La proporción se reduce ante un eventual triunfo de Hillary: 42 por ciento reaccionaría con coraje y 48 por ciento con miedo.

La polarización se advierte en los niveles de impopularidad de ambos aspirantes, que ya superan los registros históricos. Según Gallup, en las cuatro elecciones anteriores ni siquiera los candidatos perdedores tuvieron niveles de rechazo como los de Hillary y Trump.

Un estudio de YouGov/The Economist muestra que la impopularidad de Trump abarca todos los grupos socioeconómicos. Hillary es impopular en la mayoría de los grupos socioeconómicos, pero goza de aceptación entre las minorías negra e hispana.

El ganador en esta contienda, quien quiera que sea, tendrá el enorme reto de reconciliar políticamente al país. La polarización está en sus máximos niveles históricos y el tono del discurso de Donald Trump en la convención republicana es la más reciente muestra de ello. El problema es que, precisamente porque ambos candidatos se han corrido a los extremos, ninguno de ellos parece ser el más indicado para llevar a cabo esta tarea.