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Una economía plenamente desarrollada como la británica se puede dar el lujo de que su petrolera, BP, entre en una profunda crisis. En México, esto no puede pasar.

Pemex tenía a fines del año pasado 142,976 empleados. Produce 2.3 millones de barriles diarios, más o menos 16 barriles por empleado en promedio. La productividad por empleado es la menor entre las grandes petroleras del orbe. ¿Cómo llegamos a esta situación? Es una pregunta para los historiadores. ¿Qué hará para remediarlo? Es la cuestión clave. Toca responderla a Emilio Lozoya y su equipo.

El desplome en los precios obliga a un cambio drástico. Las principales compañías petroleras están haciendo lo que el “libro de texto” indica. Recortar personal; frenar los proyectos de inversión y vender activos no estratégicos. Pemex deberá hacer eso y más, por una razón: está mucho más exigida que otras petroleras; su desempeño será un barómetro de la reforma energética. Es la mayor empresa de México y el mayor generador de impuestos. Su contribución fiscal ha disminuido, pero ella sola sigue pagando más contribuciones que la suma de todas las empresas que cotizan en la Bolsa Mexicana de Valores.

Una economía plenamente desarrollada como la británica se puede dar el lujo de que su petrolera, BP, entre en una profunda crisis. En México, esto no puede pasar. No hay un plan B, en caso de que Pemex fracase. La reforma energética proyecta que en el largo plazo haya muchas empresas privadas en el sector petrolero. Si todo sale bien, en 10 años habrá un ecosistema complejo de empresas energéticas. Ellas competirán con Pemex y, eventualmente, podrán desempeñar las tareas que ésta hace, de manera más eficiente.

Aquí y ahora, México necesita que Pemex enfrente con éxito la crisis actual. Son los precios bajos, pero, sobre todo, el agotamiento de su modelo de empresa. La situación podría convertirse en una película de terror, si los precios bajan de 20 o 21 dólares. Tiene costos de extracción en pozo de 7 a 10 dólares por barril, en los campos ubicados en aguas someras. A esto hay que añadir algo más de 10 dólares por barril, para cubrir otros gastos y reponer las reservas. Conseguir un precio que sólo recupere los costos de extracción en pozo no permitiría sostener el negocio, pues las reservas se agotarían en menos de dos décadas, si no se renuevan. Por eso, el costo “real” para Pemex es mucho mayor que el de la extracción en el pozo. Supera los 20 dólares.

¿Puede Pemex bajar sus costos significativamente? De esto depende su supervivencia. Hace apenas dos meses concluyó la negociación con el sindicato para definir un escenario que diera certidumbre al marco laboral hasta el 2017. Allí se pactó un esquema de reducción de plantilla inédito para Pemex, pero bastante moderado considerando el entorno. En noviembre el precio estaba en 35 dólares; ahora está debajo de 22.

El ajuste laboral debe profundizarse pero no bastará. Pemex necesita recursos frescos para financiar su transformación. La venta de activos es una opción y los fibras E parecen un traje a la medida. Uno de los campos más interesantes son las asociaciones estratégicas. Pemex es líder en el mercado y como socio vale mucho. Atención con la gira de Enrique Peña Nieto y Emilio Lozoya a Medio Oriente. Podrían regresar con acuerdos estratégicos y acuerdos de inversión en México. El mercado mexicano es cada vez más interesante. Somos el mayor consumidor de refinados hechos en Estados Unidos. Podrían producirse aquí a precios competitivos. Planes hay muchos. La clave es la ejecución. ¿Podrá Pemex cambiar lonja por músculo?

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