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Un signo de nuestros tiempos es que las noticias duran un suspiro. Vivimos tan rápido y nuestro acceso a la información es tal que pasamos de un asombro a otro y de una noticia a otra, en un instante.

Queda poco espacio para la reflexión, para el análisis, para la profundidad, para una segunda impresión. Tenemos que procurárnoslo, buscarlo. Al no hacerlo, nos condenamos a la superficialidad, a la nata de la realidad.

Y así como ha disminuido nuestro asombro, también ha disminuido nuestra capacidad de indignación.

Nos hemos acostumbrado a ver sin sentir.

Nos hemos vuelto un país de cínicos, que avalamos con nuestra inacción las más terribles barbaridades.

El catálogo incluye lo mismo lo que nos afecta que lo que no nos va ni nos viene.

Pueden ser los malos actos de gobierno, las decisiones legislativas que cada vez afectan más nuestra vida diaria, la delincuencia que hace cómplice natural a funcionarios corruptos, las tragedias que también ocurren por corruptelas y disponer de la vida de los demás sin que medie ningún castigo, por la impunidad que reina en el país.

El castigo busca a quienes no son afines, no a quien se lo merece.

Esta semana, la “indignación” momentánea, los dolientes de ocasión se ocuparon del asesinato a tiros de la periodista Lourdes Maldonado, en Tijuana, Baja California.

A diferencia de otras ejecuciones, la muerte de Lourdes caló más porque fue público y quedó grabado que le pidió ayuda al propio presidente Andrés Manuel López Obrador, en la Mañanera, pues temía por su vida por un problema laboral que terminó en tribunales, con una empresa ligada al exgobernador Jaime Bonilla, amigo del presidente.

Pidió auxilio a la autoridad más alta del país y de todos modos la mataron.

Como era de esperarse, su ejecución causó enojo y dolor entre quienes la conocían y los que no.

Yo si la conocí.

Fue hace décadas, cuando llegó a la redacción de “24 Horas”, noticiero del que fui reportero, coordinador general y conductor suplente del inolvidable licenciado Jacobo Zabludovsky.

Reportera valiente y combativa, Lourdes dejó después la Ciudad de México y acabó asesinada en Tijuana.

Debe insistirse en que, en la investigación de su muerte, habrá especial atención. El hartazgo tiene un límite.

Lo sucedido nos recordó que los de ahora, en efecto no son iguales a los de antes, son peores.

Por lo menos de los de antes se sabía que eran impresentables y nadie tenía expectativas de ellos. Pero los de ahora, que prometieron ser diferentes, mienten como respiran y la hipocresía es su divisa.

El crimen de Lourdes y de 51 periodistas más durante este sexenio no admite desdén. A ver con qué ocurrencia nos salen para “aclararlo”.

Mientras, el escándalo de esta semana fue la denuncia de las casas en Extranjia, que contrastan con el sermón matutino que predica la humildad, la modestia y la austeridad.

Con la tranquilidad de quien cree que no tiene nada que explicar, el ciudadano nos recetó en la conferencia del viernes: “son muy pocos los periodistas que están cumpliendo con el noble oficio de informar. La mayoría está buscando cómo caemos bajo la máxima de que si la ensartas, pierdes, y si no la ensartas, perdiste. Se buscará exhibirlos cada vez más como tendenciosos, como prensa vendida y alquilada al servicio de minorías rapaces”.

Chapeau! ¡Chido, pues!

Monitor republicano

1.- Quienes esperarían otra cosa, deben recordar que los señalan de corruptos, no de pendejos.

2.- Hablando de impresentables los candidatos a ocupar la silla de Romero Deschamps no tienen desperdicio.

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