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Esto es como el cuento de “Pedro y el lobo”. Ya estamos en esa fase en la que por más que nos griten a los cuatro vientos que ahora sí ya está por concluir la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), ya no lo compramos tan fácilmente.

En la gráfica del comportamiento del tipo de cambio del último año y medio han quedado las marcas, como cráteres de meteoritos en la luna, de ese optimismo que repentinamente se convierte en frustración.

A pesar de ello, aquí estamos otra vez en la euforia de un inminente acuerdo comercial entre los tres socios de América del Norte.

La primera señal en la que hay que desconfiar es que este optimismo renovado se da después de una reunión bilateral México-Estados Unidos en Washington y con la expectativa de más reuniones ministeriales entre las delegaciones de los dos países.

Donald Trump es muy tosco en su manejo diplomático y son públicas sus diferencias comerciales con Canadá, que son más profundas que con México. Ha llegado incluso a insultar al primer ministro, Justin Trudeau.

Para nadie es un secreto que, si algo quiere el presidente de Estados Unidos, es separar el TLCAN en dos tratados y llevar la administración de esas relaciones comerciales a su sistema judicial.

Si se junta el hambre de Trump con las ganas de comer algunos triunfos de los gobiernos mexicanos, tanto el que se va como el que llega, la combinación puede resultar contraproducente para el resultado final.

¿Dónde puede venir la llave para destrabar las negociaciones del TLCAN? Una pieza básica es la automotriz. Una sesión en las reglas de origen de la industria armadora puede satisfacer el deseo político de la administración de Trump de presumir un triunfo sin grandes consecuencias para ese sector.

Una revisión periódica de la operatividad del acuerdo puede sustituir el absurdo deseo de asesinar cada cinco años el TLCAN. Podría el republicano presumir un logro sin tener una cláusula sunset.

La delegación mexicana debe tener cuidado en la pretensión del gobierno estadounidense de poner limitaciones agropecuarias con argumentos de estacionalidad. López Obrador y Trump son dos proteccionistas del campo y pueden estropear los avances logrados.

Donde se debe poner todo el cuidado del mundo es en el capítulo de solución de controversias, tanto en temas relacionados con inversiones como conflictos entre particulares y un estado, o bien, entre dos Estados.

El TLCAN tiene la gran virtud de equiparar a los tres países, los mecanismos de solución de controversias del acuerdo actual respetan el nivel de socios idénticos.

Ceder a una supremacía del Poder Judicial estadounidense rompería la esencia del tratado. Tanto como aceptar que el acuerdo no fuera trilateral. Estos dos temas merecen total intransigencia de la delegación mexicana.

Al gobierno de Enrique Peña Nieto le urge dejar cerrada la negociación del TLCAN y al gobierno entrante, de Andrés Manuel López Obrador, le interesa que le dejen ese tema planchado. Pero tanta prisa no es buena cuando conoces las malas intenciones de tu contraparte.

Aunque el peso gane tanto terreno frente al dólar por todo ese optimismo, una vez más desbordado, lo cierto es que andar echando las campanas al vuelo sin tener a los canadienses a un lado negociando no es una buena señal.