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Las deudas contraídas en los tiempos de los dólares fáciles y que habrán de incrementarse a la par del aumento del costo del dinero serán un gran tema a discutir en la segunda mitad de esta década.

Pero por lo pronto, la deuda que nos debe tener atentos en estos días es el enorme pasivo que tiene Estados Unidos y que crece a niveles monstruosos.

Hay países como Grecia que tienen niveles de deuda impagables. Por más que ahora se haya minimizado el tema, la realidad es que si no hay una renegociación que incluya quitas a la deuda helénica, la tragedia griega regresará en poco tiempo con más fuerza a los titulares.

Existen países como Japón que tienen una deuda que equivale a 250% de su Producto Interno Bruto (PIB); sin embargo, no se les considera como inviables por su capacidad de generar riqueza.

México tiene una deuda equivalente a 40% de su PIB y empieza a ser un tema de atención, un foco amarillo, precisamente por la limitada capacidad motriz que tiene esta economía.

En el caso de Estados Unidos, la locomotora económica más grande del mundo, la deuda equivale ya a más de 100% de su economía, aunque nadie duda de su capacidad de proponerse un programa de salubridad financiera y lograrlo.

Ese país ha corregido su déficit fiscal casi sin despeinarse y demuestra una vez más que tiene los recursos para ir y venir de la indisciplina con relativa facilidad.

Pero la deuda tiene un límite y ese tope se fija por el Congreso, uno que hoy está dominado por los republicanos, contrarios al presidente demócrata y que claramente ya provocaron hace un par de años una crisis con su negativa a ampliar el techo para el crecimiento de esa deuda.

Y quizá sea esa mala experiencia del 2013 y que tan cara salió en términos económicos, financieros y políticos lo que ahora los haga replantear su oposición a aceptar la realidad de que esa deuda seguirá creciendo por ahora.

Tres días después de la noche de brujas, la deuda estadounidense se encontrará un nuevo tope que los legisladores deben ampliar para evitar que otra vez por los corrillos financieros se vuelva a pronunciar la indeseable palabra de incumplimiento.

En aquel episodio de enfrentamiento entre la Casa Blanca, que amenazaba con un default, y los republicanos, que amenazaban con mandar al diablo a las instituciones, lo que lograron fue una degradación crediticia y un freno a la recuperación económica. Y claro, el pase de las facturas políticas por parte de los ciudadanos.

Hoy se les ve con el tiempo encima, pero con los ánimos más calmados. El Departamento del Tesoro, a cargo de Jack Lew, ha hecho un buen trabajo de cabildeo para explicar las consecuencias económicas y políticas de que su país no pague a todos los que les debe.

Lo bueno para el resto del planeta es que hoy el cálculo ya es preelectoral y que cualquier intento de bloqueo a los demócratas saldría caro para los aspirantes republicanos a la Presidencia. Y al mismo tiempo si los demócratas vuelven a sacar el petate del muerto de la suspensión de pagos, seguro que lo pagarán sus aspirantes. Empezando por el vicepresidente, Joe Biden, quien esta semana se define con miras al 2016.