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Cuatro estados se disputarán el liderazgo en el sector energético. Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas y Veracruz. DF no compite, pero tiene asegurado un lugar protagónico.

La competencia entre los estados energéticos ya comenzó. Tamaulipas lleva la ventaja si el liderazgo se define por la cantidad de recursos naturales. Lo tiene todo: yacimientos en aguas profundas; la mayoría del petróleo y gas no convencional ubicado en la cuenca de Burgos; fuertes vientos para la producción de energía eólica y una amplia zona de frontera con Estados Unidos. Además tiene a Matamoros, el puerto mejor situado para servir al sector energético en el Noreste de México.

Nuevo León cuenta con los mayores recursos empresariales. Fueron protagonistas de los cambios que vinieron con la apertura comercial y las privatizaciones de la década de los ochenta y principios de los noventa. Serán referente en la conformación de grupos que compitan en las licitaciones, sean éstas relacionadas con la explotación del shale, la prestación de servicios, el desarrollo de energía no convencional o la construcción de infraestructura para el sector energético.

Coahuila apuesta a la configuración de un clúster minero-petrolero. Para darle forma al proyecto, el gobernador Rubén Moreira ha designado como líder del proyecto a Rogelio Montemayor, ex gobernador, ex director de Pemex y hombre que hizo su carrera política en el grupo de Carlos Salinas. Coahuila es una potencia minera y cuenta con grandes reservas no convencionales en tres cuencas, ubicadas en la zona norte de ese estado. Proyectan recibir más de 20 mil millones de dólares en inversiones.

Veracruz es el único de los cuatro grandes estados energéticos que no ha presentado su plan. Eso no quiere decir que carezca de uno. Es la entidad donde nació la industria petrolera mexicana y es la sede del mayor proyecto de petroquímica en el sexenio, Etileno XXI, ubicado en Coatzacoalcos, donde la brasileña Braskem está ejerciendo una inversión superior a los 8 mil millones de dólares. Veracruz está llamado a ser la capital de la petroquímica mexicana, pero puede ser mucho más que eso: su posición es estratégica para convertirse en centro logístico, para abastecimiento del mercado nacional o su exportación vía marítima a la costa Este de Estados Unidos, Europa o incluso algunos países de Sudamérica.

Fuera de estos cuatro estados, hay otras dos entidades que también serán protagonistas, el Distrito Federal y Campeche. México es un país centralista, la sede de Pemex está en la capital y seguirá ahí. La reforma energética fortalecerá al DF a través de, cuando menos, dos mecanismos: el crecimiento de los recursos fiscales que llegarán a las arcas del gobierno federal y el desarrollo de un sector financiero que proveerá de servicios a la nueva industria petrolera. Créditos, seguros y colocaciones en la BMV producirán derrama para empresas y profesionales financieros que están más cerca de Paseo de la Reforma que de los pozos petroleros.

Campeche ha sido un actor relevante de la industria petrolera durante las últimas cuatro décadas y no se ha beneficiado de ello, tanto como debería. Su importancia estratégica declinará porque muchas de las grandes cosas en el sector pasarán en el noreste. Paradójicamente, en estos años de declive en su producción podrá recibir más recursos que nunca. La nueva fórmula de participación petrolera le beneficia.

Está por verse qué definiría el desenlace de la competencia entre estados. ¿Los recursos naturales, la capacidad empresarial, la promoción en el extranjero o las conexiones políticas? Lo más probable es que sea una mezcla de todo. Lo único claro es que cambiará el mapa nacional.