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El poder transformador de las inversiones chinas es equivalente al que tuvo la entrada del dragón a la Organización Mundial del Comecio en 2001.

Las relaciones económicas de México y China viven un cambio de época. Huawei y China Railway son la expresión más clara de lo que viene. Huawei, un gigante de las telecomunicaciones, invertirá  mil 500 millones de dólares en Querétaro. China Railway aparece como el accionista mayoritario del consorcio que hizo la única propuesta para construir el tren México-Querétaro. Es una obra que vale más de 53 mil millones de pesos.

China se convertirá en un inversionista protagónico en territorio mexicano, algo que no ha sido hasta ahora. Antes del anuncio de estas dos corporaciones, la suma de todas las inversiones chinas en México era de 286 millones de dólares. Una cifra ridícula para un país que ha invertido en el exterior un promedio de 60 mil millones de dólares anuales.

Vendrán más inversiones en infraestructura, porque China Railway no es sólo una empresa de trenes, sino una de las mayores constructoras de infraestructura del mundo, una compañía con apetito global. Vendrán también inversiones en el sector energético. Los hidrocarburos y la electricidad son intensivos en capital y China tiene las mayores reservas de capital del orbe, 3.9 billones de dólares. China tiene, además, algunas de las mayores compañías del planeta en energía: Petrochina, Sinopec son nombres globales muy conocidos en hidrocarburos. China State Grid y Three Gorges son eléctricas chinas que han empezado a ganar primeras planas por sus gigantescas inversiones en Portugal, Indonesia y Filipinas, entre otros países.

El peso creciente de la inversión exterior china es una de las fuerzas que está transformando el mundo. En el 2003 apenas alcanzaba los 3 mil millones de dólares por año. En 2008 superó los 50 mil millones, por primera vez. Su monto acumulado supera los 500 mil millones de dólares y está en 132 países. Al principio estuvo enfocada en países subdesarrollados. Ahora es un activo jugador en el primer mundo. Está cazando oportunidades en los países más ricos, con la excepción de Estados Unidos y Japón, que le han opuesto resistencia por razones geopolíticas.

El poder transformador de las inversiones chinas es equivalente al que tuvo la entrada del dragón a la Organización Mundial del Comercio en 2001. Esa membresía le permitió a China reforzar su papel como centro manufacturero del mundo. Contribuyó a una estrategia donde la fábrica china inundó el planeta con exportaciones y acumuló un gigantesco superávit comercial. Cada año de la última década, sus exportaciones excedieron las importaciones en más de 200 mil millones de dólares. México es uno de los principales contribuyentes a dicha estadística. Nuestro déficit con China ha promediado más de 40 mil millones de dólares anuales.

Lo que viene implica un final abierto. El gobierno del presidente Peña Nieto apostó a un cambio radical en las relaciones con China. El proyecto del tren México-Querétaro es parte de esta nueva cordialidad, opuesta a la hostilidad que expresaba el equipo de Felipe Calderón. El aumento exponencial de las inversiones chinas en México es parte de lo que el equipo peñista definió como escenario deseable. La inversión china es económica, pero también intensiva en geopolítica. Detrás de las inversiones vendrán los retos regulatorios y, con ellos, las pruebas de stress a la relación. La pregunta es ¿está México preparado para el nuevo rol del dragón?