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Aún no arranca el T-MEC y, según se entiende del embajador chino, ya aquí pueden estar violando el capítulo 32, artículo 32.10, que prohíbe acuerdos comerciales con economías que no sean de mercado: el sector titulado Non-Market Country.

Junto al canciller mexicano, el embajador informó ayer que su gobierno financiará con 600 millones de dólares la refinería de Dos Bocas y que “China tiene muchos planes para invertir en México”.

Pero el artículo 32.10 indica en sus cinco apartados la obligatoriedad de los firmantes de informar si negocia con China, pues se refiere a países “sin economía de mercado”.

Fue por eso que la secretaria de Energía negó enseguida que Dos Bocas tenga financiamiento de bancos chinos: “No estamos sustentados por ningún banco. No sé en qué contexto el embajador dio esas declaraciones”.

Aunque tampoco es que sea la funcionaria mejor informada. Es de recordar su respuesta de “no los traigo a la mano”, cuando en una Mañanera el Ejecutivo le pidió datos sobre la importación de gasolina en el país.

De ahí que, sobre su propio desmentido, titubeó: “Desconozco si alguien fue al banco chino y pidió recursos, argumentando algún trabajo en la refinería. Vamos a trabajar con muchas empresas y eso lo desconozco”.

Porque el embajador lo anunció en un acto tan oficial como el Seminario “Día de China”, en el que detalló también que Pekín planea participar en el desarrollo la petroquímica mexicana.

Sin embargo, el desenfreno de México por negociar con China viene desde el sexenio pasado, a pesar de que China es una dictadura que no se somete a reglas universales y trampea con la depreciación artificial de su moneda.

Y de que perdemos en el intercambio bilateral: 50 mil millones de dólares son para China y cinco mil millones para México. Además, no es un país confiable porque comercia mercancía triangulada, pirata y fabricada en cárceles para disidentes y enfermos mentales.

De todos modos, la pasada administración se empecinó en acercarse a China y uno de los peores errores fue otorgarle la frustrada licitación del tren de alta velocidad México-Querétaro, que estaba valuado en tres mil 750 millones de dólares.

Aquella decisión del anterior gobierno se produjo en un contexto de guerra comercial entre su principal socio comercial, Estados Unidos, y China: un contencioso que continúa, pero que entonces llevó al presidente Obama a una firmeza inusual en él:

“China desea establecer las reglas con el crecimiento más rápido del mundo. Eso pondría a nuestras empresas en desventaja. ¿Por qué deberíamos dejar que eso ocurra? Somos nosotros quienes vamos a fijar esas condiciones”.

En medio de esta batalla de nuestro principal aliado económico, es un desatino que sigamos con la obsesión china.