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A dos semanas de que se cumpla un año de la llegada a México del Covid-19, el presidente insistió ayer en poner el mal ejemplo. Dijo que seguirá sin usar cubrebocas, aunque el país que gobierna es epicentro mundial del virus: mayor ritmo de contagios y muertes.

Como sea, el presidente es congruente en no predicar con el ejemplo: ya entrada la pandemia, el 24 de julio pasado (con más de 60 mil muertes aquí), dijo que “la efectividad del cubrebocas no es un asunto que esté ahora científicamente demostrado”.

Sin embargo, sí está demostrado de manera científica absoluta y contundente, que el Covid-19 se transmite a través de la saliva que se expulsa mientras uno habla, grita, tose, canta; y lo único que le cierra el paso de entrada a nuestro cuerpo es el cubrebocas.

De hecho, el presidente se contagió hace dos semanas porque no usa cubrebocas y, en buena medida, es por su culpa que México es el epicentro mundial de la pandemia: sí, porque más de medio país cree en él, lo tiene como líder y lo acepta como el autócrata que es.

Lo que diga y haga el presidente es repetido por millones de mexicanos, así como millones de jóvenes latinos dicen y anhelan lo que les canta Bab Bunny. Así funciona el seguimiento de ejemplos: las conductas están legitimadas por el modelo que se sigue.

Y al presidente lo aprueban seis de cada 10 mexicanos, aun con el desastre económico de su gobierno: sin pandemia hizo decrecer la economía a menos cero por ciento; con pandemia la hizo decrecer a menos 8.5 por ciento. Y por Covid-19 han muerto casi 170 mil.

Es un asunto de mal gobierno, porque otro que tampoco pone ejemplo es el gestor del gobierno para la pandemia, el doctor Gatell: el 28 de septiembre se limpió los lentes con el cubrebocas delante de millones en la TV.

Gatell asegura que “el cubrebocas solo da una falsa sensación de seguridad”, y por eso, cuando ya estaban los primeros casos en México, le vendió a China las existencias de cubrebocas que había en el país.

Y voló en avión de pasajeros sin cubrebocas, se hizo fotografiar en la calle comiendo tacos sin mantener sana distancia, y se fue a la playa mientras pedía a los ciudadanos vehementemente “quédese en casa, quédese en casa, quédese en casa”.

Y dijo que el Covid-19 “no es una enfermedad que ponga en riesgo la vida ni que afecte gravemente la funcionalidad del cuerpo”, y que “el coronavirus circula en la población desde hace decenas de años y es causante de catarros comunes”.

El presidente y su gestor para la pandemia no creen en el cubrebocas.

Un cataclismo.