Elecciones 2024
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Se nos está acumulando el cansancio, la rutina, el poco espacio y las facturas por pagar. Hemos sobrepasado la mitad de un año de 12 meses estando en casa o al menos con suficientes restricciones en nuestra vida social como mujeres y hombres independientes, como padres y madres de familia, como abuelos y como niños.

Todos comenzamos a sufrir estragos más visibles de lo que es estar completamente solo, como los ancianos que ahora sin recibir visitas en casa, con ese miedo de poder contagiarse por abrir las ventanas aunado a los propios dolores físicos de la edad que los viven solos.

Los niños parece que son los que más lo entienden, pero de vez en cuando rompen en llanto o en un enojo sin explicación porque no saben cómo atinar que la emoción que sienten es hartazgo y ganas de salir al parque.

Las mamás se han multiplicado en tantos roles, que la fatiga mental es mucha, la lucha por mantener el orden de cada uno de los miembros del hogar, la limpieza, la administración de los víveres, qué si y qué no hacer, desinfectar y cuidar de todos.

Los padres que salen a trabajar también con la pesadez de poder llevar el virus a casa, o los que han perdido su trabajo y no saben cómo solucionarlo con su pareja para no caer en desesperación.

En fin, a todos nos comienza a acumular muchas emociones mal orientadas y asesoradas. Nadie nos dijo que de pronto había que prepararnos para cambiar de vida de la noche a la mañana.

Entonces me aparece esta imagen de las protestas surgidas en Nueva York por un grupo de mujeres en Brooklyn molestas y exhaustas que salieron a tomar las calles para hacer ruido con un megáfono y pedir que no vuelvan los cierres por la pandemia.

En la foto que hoy les presento, el fotoperiodista Peter Foley quien cubre para las agencias internacionales EFE y EPA se coló justo en medio de un grupo de mujeres de la comunidad jasídica, quienes piden que no cierren de nuevo su posibilidad (creo yo) de descanso y de ingresos económicos.

Por supuesto que para todos es importante cuidarnos y evitar la propagación del virus, pero la economía se ha detenido tanto que para quienes tienen negocio esto parece una pesadilla, y para quienes deben de salir a las calles a trabajar en algún sector catalogado como “no esencial” el delirio es mayor.

La comunidad jasídica, es parte de los judíos ortodoxos quienes se mueven bajo la cábala y el apego constante a Dios. Un poco como el catolicismo, la doctrina central es que Dios siempre está presente en el corazón de las personas, y por supuesto en todas partes.

Son aquellos hombres que hemos visto cuando vamos a Nueva York, vestidos con trajes largos de color negro y un sombrero negro de terciopelo, mientras que las mujeres es un poco más sencilla, hay quienes llevan una pañoleta en el cabello.

Pues bueno, para ponerle en contexto los judíos ortodoxos protestaron por las restricciones impuestas, de nueva cuenta, por el gobernador Andrew Cuomo cuando decidió cerrar de nuevo las sinagogas, escuelas, restaurantes, negocios y todo lo no esencial para reducir la propagación.

Esta comunidad ha incluso demandado al propio gobernador por tomar este tipo de decisiones afectándolos a ellos, sus negocios, sus ingresos y su vida diaria.

Ahora, hablemos de la foto. Porque aquí solo alcanzamos a ver aun hombre vestido de traje de lado derecho, muy en el corte del cuadro, el resto son mujeres.

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Miembros de la comunidad jasídica participan en Brooklyn, Nueva York, en una manifestación contra el cierre de negocios en barrios con brotes de COVID-19. Foto de EFE/EPA/Peter Foley

Y el cartel de mayor peso es el blanco con letras negras que dice Moms Lives Matter, es decir, “la vida de las mamás importa”.

Aquí vemos un grupo de más de diez mujeres, sin saber si hay más o solo son ellas, pero la mujer que lleva la batuta con el megáfono color negro en las manos es la que nos dice TODO.

Miremos su rostro detenidamente, y si ustedes es mujer y aparte es madre, la entenderá a la perfección y quizá lo que yo le pueda compartir en mi análisis, no será algo nuevo.

Pero ella y el resto de las mujeres están cansadas, están agotadas, sus actividades esenciales están siendo ignoradas, aunque sean por medidas sanitarias, el sector de las mujeres madres casadas o solteras está siendo golpeado por la interminable torre de platos por lavar, la ropa sucia que meter a la lavadora, la comida que hay que preparar tres veces al día, convertirse en maestras, terapeutas y casi epidemiólogas, sin dejar de lado las que también deben trabajar para completar los ingresos.

Las mamás están agotadas, y han salido a las calles aún sabiendo los riesgos que hay en que los hijos vayan a la escuela o por lo menos salgan de casa un par de horas.  Las mamás trabajadoras ansían salir del comedor donde trabajan para estar en su oficina y tener un tiempo para ellas.

Esta imagen que vemos es fuerte y aunque sean pocas, nos representan a millones de mujeres que quisiéramos a gritar con un megáfono todo nuestro cansancio y ganas de que esto termine.

Es interesante tratar de entender a esta mujer de lentes con el cubrebocas en el cuello, su chamarra de mezclilla, unos pants grises y sus tenis blancos con negro. Porque estoy completamente seguro que más de uno dirá “¿Qué le pasa? No es para tanto”.

Pero sí lo es, y pasados los siete meses, la entrada del invierno en esas casas que no han dejado de funcionar, deudas que tampoco han sido liquidadas, tareas que aún no han sido enviadas porque se han ocupado de recoger los trastes de la cena, la junta por Zoom que está ateniendo con sus audífonos bluetooth mientras sus hijos pelean por no sé qué y su marido que ha llegado a casa dejando la ropa que pudiera traer el virus en la lavadora la tienen a tope.

Esos rostros también valen la pena observar con detenimiento, e informarnos de las protestas en la ciudad que fuere. Todas estamos pasando por lo mismo y parece que hay que seguir aguantando.