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Todo el mundo, y esto es literal, sufre los estragos de esa nueva enfermedad tan contagiosa y mortal como lo es el Covid-19. Todos tienen consecuencias económicas negativas derivadas del frenazo que se dio para evitar la expansión del virus SARS-CoV-2.

Son los países emergentes los que más padecen los efectos negativos de la enfermedad por no tener la infraestructura hospitalaria ni la organización política, legal y social suficientes para ordenar un confinamiento efectivo.

Y son también estas economías menos desarrolladas las que menos posibilidades tienen de responder con programas fiscales o monetarios para evitar un hundimiento mayor.

Pero hay también otros factores que agravan la situación en determinados países, que tienen que lidiar con el coronavirus, con la crisis económica y con los diques idiosincráticos.

Si vemos la paja en el ojo ajeno, nos podemos atorar en lo que hacen Viktor Orban en Hungría, Jair Bolsonaro en Brasil o Donald Trump en Estados Unidos. Pero en México hay los suficientes escollos ideológicos con la 4T que hay que ver que serán un estorbo para salir de esta Gran Recesión.

Y no son argumentos de la BOA, ni de ningún malqueriente de la actual administración. Son las explicaciones que dan los expertos en mercados para tratar de entender por qué, si se ha iniciado un proceso de retorno de capitales a los mercados emergentes, México mantiene registros negativos de salida de recursos.

En marzo y abril pasados salieron de los mercados financieros mexicanos el equivalente a 12,400 millones de dólares y mientras el mundo emergente gozó de una recuperación durante mayo pasado, México mantuvo esa huida de dinero, que se calcula el mes pasado alcanzó los 1,500 millones de dólares adicionales.

México ha sido tan afectado como cualquier otro país por el Covid-19 y la crisis económica consecuente, pero en este caso hay que agregar los temores a las políticas públicas del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, identificados éstos como los factores idiosincráticos, que son los que marcan una diferencia, para mal, en el caso de este país.

Dañar la confianza de los empresarios a través de la aplicación de trabas para la inversión, como en el caso de las energías limpias, la cancelación arbitraria de proyectos productivos, la insistencia de llevar a cabo obras cuestionadas en su eficacia, el privilegio al gasto asistencialista, la renuncia del Estado a ser un respaldo para los agentes productivos en plena pandemia, son tan solo algunos de los factores que alimentan ese factor idiosincrático que va a atorar a México en la recuperación.

Falta claridad en el manejo de la economía y las finanzas públicas en México y no hay contrapesos de poder en el Legislativo para frenar las políticas que claramente se aprecian como equivocadas.

Esto implica una destrucción de la confianza en este mercado emergente que durante muchos años se distinguió por su fortaleza macroeconómica.

Lo que desde la tribuna de la 4T habrá de presentarse como una batalla contra los molinos de viento, de unos mercados que se suman al bloque opositor, desde el exterior será apreciado como un destino financiero en permanente foco rojo.

No por el Covid-19 y la consecuente crisis económica, sino por la enorme infección idiosincrática que amenaza con hacer metástasis en toda la estructura económica mexicana.