Elecciones 2024
Elecciones 2024

Desde hace muchos años me sé el siguiente chiste. La maestra les comenta a sus alumnos: En África y en Oriente Medio existe la hiena, un animal mamífero que se alimenta a base de carroña, se aparea una vez al año y emite un sonido semejante a la risa del ser humano.

Pepito levanta la mano y pide hacer una pregunta: ¿Si la hiena vive en casa de la fregada, come alimentos podridos y coge una vez al año, de qué chingaos se ríe?

Del viejo chiste me acordé el viernes pasado cuando leí la columna Caja Fuerte de nuestro Director, Luis Miguel González. Transcribo: “México es uno de los países más felices del planeta. Se encuentra arriba de los Estados Unidos, que ocupa el sitio número 15; Gran Bretaña (21) Alemania (26) y Francia (29)”.

Días antes habíamos sabido mediante el primer Índice de Impunidad elaborado por la Universidad de las Américas de Puebla que nuestro país ocupa en ése rubro el segundo lugar -de abajo para arriba- con 75.7 puntos, sólo debajo de Filipinas, que tuvo 80 de calificación.

Datos de Transparencia Internacional sitúan a México en el lugar 103 de 175 naciones en el ranking de transparencia. Según la (OCDE) Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos somos el país con el mayor índice de corrupción en el mundo. Al saber de estas cifras uno se hace una pregunta similar a la que Pepito hizo sobre la hiena, ¿por qué somos felices?

El diccionario define el concepto felicidad como “un estado de ánimo que se complace en la posesión de un bien. Una satisfacción, un gusto y un contento”. Nuestro Director General Editorial escribió: “Entre las variables que consideran (para que una sociedad suponga que es feliz) están: ingreso económico, expectativa de vida de años saludables; disponibilidad de apoyo social, generosidad de la población; percepción de corrupción y percepción de sus propias libertades personales”.

Al saber el catálogo de títulos que se tomaron en cuenta para que, con base en su grado de eficacia y su repercusión en el beneficio social, una población se califique como poseedora de la felicidad, a mí también me desconcierta el lugar alcanzado por los mexicanos. En uso del humor preguntaría: ¿En qué parte de Polanco fue levantada la encuesta?

Luego, leo la parte final de lo redactado por Luis Miguel acerca del “componente indeleble de la identidad nacional: la facilidad para conectarse”. Y pienso en las familias muégano, en los cuates del barrio, en la sagrada institución del compadrazgo y hasta en la cursi y reaccionaria moraleja de la película Ustedes los ricos.

País de mentiras

Pero también hay un aspecto en el tema aquí tratado que abarca aspectos sociológicos y psicológicos que sin ánimo de ponerme con el Director de El Economista a las patadas, quiero exponer. La pregunta que encabezó la Caja Fuerte del pasado viernes: ¿Por qué México es más feliz que Estados Unidos? La puedo contestar así: Por mentirosos. En el poco espacio que me queda, trataré de explicar mi afirmación con la ayuda de la maestra Sara Sefchovich y de su libro País de mentiras. Con excepción de alguna intromisión mía, todo lo que se leerá está en el mencionado libro (Editorial Océano), muy recomendable para conocernos mejor.

“En México siempre hemos querido ser como los países occidentales ricos y por eso les copiamos sus modos y modas (…) Además de copiarles queremos que nos vean y consideren y tomen en cuenta y aplaudan y hasta que, como decía Alfonso Reyes, nos permitan sentarnos junto a ellos en el banquete de su civilización. Necesitamos de su aprobación para valorarnos nosotros mismos”. (Imaginen a un mexicano de clase media al que un encuestador le pregunta si considera que en su país hay condiciones suficientes para vivir de manera feliz. En automático, contestará y con mucho orgullo: Por supuesto que sí. Ante el extraño que lo interroga sobre la felicidad con la que se vive en su país que no tiene comparación con ningún otro -como México no hay dos- él contestará: Sí, a huevo).

Y ese “sí” -aparentemente mentiroso- en nuestro código cultural es “una forma social de funcionamiento (…) La cultura mexicana no sólo genera y permite sino que exige, aplaude y premia ese modo de funcionar. Si en México se miente es porque se puede mentir y más todavía porque se tiene que mentir. En nuestro sistema cultural de percepción, pensamiento y valores las cosas son así (…) Así es como tomamos nuestras decisiones y elaboramos y justificamos nuestras conductas (…)Es una práctica al mismo tiempo argumentativa, ideológica y simbólica”.

“Y es que nuestra cultura nació de una conquista violenta que hizo hasta lo imposible por liquidar las civilizaciones que existían en el territorio, a sus religiosidades, costumbres y tradiciones (…) Eso obligó a los conquistados, por una parte, a aprender un código en el cual pudieran esconder la vieja cultura y la vieja religiosidad, que estaban prohibidas, así como la rebeldía o desobediencia, que eran severamente castigadas y por otra parte, a usar las palabras del idioma recién aprendido de manera tal que dijeran aquello que los nuevos amos querían escuchar. Y el modo persistió y persiste hasta hoy, pues como dijo Octavio Paz: ‘La colonia ha terminado, no así el miedo ni la sospecha’”.