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Hay que insistir: la práctica de una política exterior que optó por la ley del menor esfuerzo, provocó que México no se sumara ayer al impulso de una denuncia de cinco países latinoamericanos contra la dictadura de Venezuela en La Haya por “graves violaciones de los derechos humanos”.

Se trata de un requerimiento que se hacía inexorable, porque ya es imposible que el mundo, pero en especial el continente americano, siga observando a la dictadura chavista como un problema local. Así que, buen punto por parte de Argentina, Colombia, Chile, Paraguay y Perú.

Es un problema continental.

Fue, en cambio, un despropósito de dimensiones homéricas, la postura anunciada, también ayer, por Estados Unidos en Naciones Unidas sobre la satrapía de Maduro, que en los últimos cuatro años obligó a 2,3 millones de venezolanos a emigrar para huir de la represión y el hambre.

Porque el presidente de Estados Unidos sugirió un golpe de Estado para destituir al tirano. ¡De locos!: en la máxima tribuna del entendimiento mundial, Trump dijo: “Es un régimen que, francamente, podría ser derrotado muy rápidamente si los militares deciden hacer eso”.

Una posición que en nada se acerca a la solución política, que es la que tiene que imperar para presionar económica y diplomáticamente a la dictadura chavista hasta que restaure la democracia: sólo con aislamiento y sanciones internacionales se puede estrechar el cerco a una dictadura.

Argentina, Colombia, Chile, Paraguay y Perú reclaman una investigación sobre los crímenes contra la humanidad del chavismo que, en mayo de 2016 asesinó en las calles a 40 manifestantes y se deshace de opositores con desapariciones forzadas y detenciones sin órdenes judiciales.

Sin embargo, México ha preferido apartarse de la posición más dura contra Maduro, aunque en este sexenio llegó a recibir a la esposa y la madre del líder opositor Leopoldo López, quien estuvo preso e incomunicado cuatro años en una cárcel militar.

Y en junio pasado apoyó una resolución que buscaba expulsar a Venezuela de la OEA, adoptó medidas diplomáticas y financieras contra Caracas, llamó a consultas a la embajadora venezolana y disminuyó el nivel de relación bilateral.

Sin embargo, desde del mes de julio, México optó por la salomónica tendencia de “ni muy cerca que le queme, ni muy lejos que le hiele”, lo que es igual a no buscarse broncas, a pesar de que sólo el año pasado recibió a cuatro mil 42 venezolanos que escaparon de la dictadura.

Pero ya decidió dejar el gasto diplomático a cargo de Argentina, Colombia, Chile, Paraguay y Perú, que sean éstos los que se enreden en la búsqueda de las sanciones necesarias para conseguir una transición democrática en Venezuela.

Sí: otra buena acción que abandona México.