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Es la taquicardia y el escalofrío que recorre el cuerpo como manifestación del terror que se siente de ver a México incluido en la lista de los “Fragile Five” de Morgan Stanley.

Como siempre, la primera reacción es la negación. No es posible que pretendan incluir a México en una lista de economías que presentan rasgos de fragilidad en estos momentos de turbulencia. Seguro se equivocaron, no hay manera de estar a la par de Turquía o Sudáfrica. Imposible que haya salido Brasil y hayan puesto en la mira a México, no, no y no.

Pero cuando se leen los argumentos de por qué México está en la lista de los cinco frágiles, viene una fase de ira por ver cuán delicados pueden ser los analistas internacionales ante un poquito de déficit fiscal y un cachito de aumento en la deuda del país.

¡Pues qué no ven que nuestras más altas autoridades repiten todo el tiempo que lo más importante es la disciplina fiscal y la responsabilidad macroeconómica!

Y entonces leemos el argumento de Morgan Stanley sobre la vulnerabilidad de México, porque su índice de cobertura de reservas para poder cubrir el financiamiento de corto plazo y compensar cualquier falta de inversión extranjera alcanza para 1.6 años, en comparación con los siete años que tiene cubiertos Rusia, por ejemplo.

La popularidad de México como un destino seguro en medio del mundo de los emergentes puede revertirse y ser su principal vulnerabilidad. Sobre todo cuando hay pocas canicas fiscales disponibles para hacer frente a un desequilibrio provocado por esas salidas de capital.

Parecían exagerados y hasta chocantes aquellos gobiernos que hacían del balance fiscal su principal divisa. Nadie más criticado que Vicente Fox y su vicepresidente, con etiqueta de secretario de Hacienda, Francisco Gil Díaz, manteniendo a raya los gastos a pesar de no poder mejorar los ingresos.

Fue la disciplina fiscal también un mantra para el gobierno de Calderón, con lo que contribuyeron a hacer de México ese puerto estable, rentable y relativamente seguro para los tiempos de crisis que se vivieron tras la gran recesión.

En una fase de depresión vemos que en la hoja de ruta de la actual administración no se contempló, como nadie lo hizo, una tormenta financiera perfecta como la actual, y se dio permiso de gastar un poco más de lo que se ingresaba de manera temporal. Como sea, el plan era que la economía estuviera creciendo en este momento algo cercano a 5 por ciento.

La economía no crece y las finanzas no son sanas, no lo suficiente como para que ese aspecto no encienda un foco de alerta en el tablero de este mercado emergente. La dependencia del petróleo no se ha corregido en el terreno del gasto público y eso es tensión adicional en tiempos del vuelo a la calidad.

En una fase de negociación, urge recomponer las finanzas públicas, aplicar de manera efectiva los recortes al gasto, rediseñar la forma de asignar presupuestos (la famosa base cero), mantener los cambios estructurales como los sistemas de pensiones y emprender una verdadera reforma fiscal que haga del petróleo la bendición de un ingreso sólo etiquetado para la creación de infraestructura y no para cubrir la tercera parte de todos los gastos.

Por lo pronto, hay que ir a la fase de aceptación de que México ya es considerado como una nación vulnerable y etiquetada en la rimbombante lista de los fragile five mercados emergentes.