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Convocado por un amigo a escoger fragmentos de la historia de Gibbon sobre la decadencia del imperio romano, di otra vez con el pasaje de una corrida de toros del año 1352.

Tuvo lugar en el Coliseo de Roma, cuyas gradas principales fueron restauradas para el efecto, al tiempo que se giraban invitaciones a jóvenes de otras ciudades para venir a mostrarse en el gran acontecimiento. El día de la corrida, escribe Gibbon, “las damas romanas marcharon por las calles en tres contingentes y se sentaron en tres balcones, adornados ese día, el tercero de septiembre, con tela roja. La bella Jacova di Rovere encabezó el paso de las bellas matronas, raza nativa y pura cuyos rostros encarnan todavía el perfil de la antigüedad”.

Sigue Gibbon: “El resto de la ciudad se dividió, como siempre, entre los Colonna y los Ursini, facciones rivales, orgullosas ambas de la abundancia y la belleza de sus linajes femeninos: los encantos de Savella Ursini fueron especialmente distinguidos con elogios.

“Un viejo ciudadano de Roma presentó a los lidiadores. Bajaron a la arena a pie solo con una lanza. Entre ellos destacaban los nombres, los colores y las insignias de 20 famosos caballeros, miembros de las más ilustres familias de Roma: Malatesta, Polenta, de la Valle, Cafarello, Conti. Las insignias portaban leyendas de esperanza y de desesperación, respiraban el espíritu gallardo de las armas: ‘Vivo desconsolado’, ‘Ardo bajo las cenizas’, ‘Ahogado en sangre, qué muerte placentera’”.

Las corridas son peligrosas y sangrientas, dice Gibbon. Cada lidiador enfrenta ese día a un toro bravo, pero no acaba con él. Más bien, al contrario.

Al final de la corrida, dice Gibbon, “la victoria puede adjudicarse a los cuadrúpedos, ya que no quedan muertos sino 11 de ellos en el campo, frente a los nueve heridos y los 18 muertos de sus adversarios”.

Cada toro mata o hiere a más de dos toreros. Hubo duelo ese día en algunas de “las principales familias de la ciudad”, concluye Gibbon, “pero para el pueblo de Roma, la pompa de los funerales en las iglesias de San Juan de Letrán y Santa María Maggiore, fue una segunda fiesta”. Los toros de antes.